La necesidad de darme y darle a mis lectores mi definición de lo que es la literatura erótica me llevó hace ya largos años a la fórmula según la cual la literatura erótica es aquella cuyo objetivo es dar cuenta del Deseo.
Elaboré esta fórmula consciente de que los pocos intentos de precisar la naturaleza del Deseo, apenas se les atraviesa la superficie, se revelan reiterativos y/o tautológicos, y, en todo caso, inoperantes apenas se los traslada al campo de la literatura. Mi fórmula, pues, debía ser considerada como intuitiva o enigmática, a la espera de ulteriores precisiones que le permitieran desplegar todo su sentido.
Esas precisiones las busqué por medio de mis ficciones, en las que, a manera de un ciego que busca con su bastón piso seguro, multipliqué las peripecias y las alternativas, en la convicción de que antes o después, en algún lugar de la inmensidad, habría de dar con la ballena blanca. También las busqué, reflexión mediante, hurgando en los meandros de la cultura occidental. Resultado de este esfuerzo son La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet, y, con Ana Grynbaum, Erotopías. Las estrategias del Deseo, ensayos que entiendo que renuevan el punto de vista desde el cual considerar el asunto en cuestión.
Me ha sucedido, por supuesto, comparar la tensión espiritual a que conduce el Deseo con la experiencia mística, comparación nada original, por cierto. No hay sujeto culto que no reconozca esa dualidad en su ícono básico, La transverberación de Santa Teresa. Pero, en principio, debo asumir que no he ido más allá de empatar en calidad y en intensidad ambas experiencias espirituales. Llegado a este límite, a este empate, no he sabido transitar los caminos que se me abrían.
Se comprenderá entonces la sorpresa que me ha significado descubrir que existe una obra, una novela, que lleva hasta el extremo la relación entre Deseo y experiencia mística. A tal extremo lleva esa relación que es posible finalmente comprender qué es esa cosa que el Deseo oscuramente promete y a dónde conducen las puertas que abre. Es más, se podría utilizarla a manera de paradigma con el cual medir como cuánto se acercan otras novelas eróticas a la perfección que propone.
No soy muy bueno para los hallazgos bibliográficos. Mi estado mental normal es la distracción. Distraído vivo, distraído leo, distraído escribo. De manera que no fue hurgando en librerías de viejo que di con La confession anonyme, La confesión anónima, de la escritora belga Suzanne Lilar. La primera edición, de 1960, salió -no sin congruencia- sin nombre de autor; la segunda, de 1983 en Gallimard, acompañó el estreno de la adaptación cinematográfica que hizo André Delvaux, uno de mis cineastas favoritos. Lo que yo andaba buscando precisamente era una copia del film de Delvaux, al que retituló Benvenuta. Frustrado porque en medio de la pandemia ni Amazon pudo conseguirme una copia decidí, a manera de consuelo, leer el libro en que se basa. Pero el libro estaba agotado desde hace casi 40 años, ya que no se reimprimió, y no existían traducciones, de manera que tuve que leer on line la copia que Internet Archives ofrece sin permitir la descarga.
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La confesión anónima cuenta la relación amorosa, desde el comienzo al final, de Benvenuta -así la rebautiza su amante-, una pianista de concierto sueca, y Livio, un político italiano de segunda fila, ambos de una cierta edad -en los cuarenta ella y en los cincuenta él, podemos deducir, aunque no está precisado- y de arraigados sentimientos religiosos, protestante ella, católico él. Intento en lo que sigue dar un escueto resumen de su peripecia amorosa.
Se entregan a una pasión erótica que incluye un aperitivo, espontáneo al principio pero pronto infaltable, de violencia sadomasoquista -teatral, soft- con menú de bofetadas, humillaciones, bajezas y maltratos rituales. “Me hundí en una embriaguez sin precedentes, así es como quería ser amada, y ningún hombre antes había encontrado el camino” anota Benvenuta.
Pero ella vive y trabaja en Suecia, y viaja por el mundo en giras, de manera que apenas comenzada la relación queda en suspenso. Es entonces que, en buenos cristianos, redescubren el valor de la negación y de la abstinencia: redescubren que la construcción de la imago, de la imagen esencial del otro, pasa por la ausencia. Deciden no volver a verse. La imagen perfecta del otro se convierte en energía y la energía en creatividad. La adoración del otro es el camino para la adoración de Dios.
Pero tal decisión no puede sostenerse: “sucumbíamos por última vez”. Descubren entonces que la caída, con toda su dulzura, es parte del ciclo porque refuerza la decisión de abstenerse, y con cada nueva abstinencia los momentos maravillosos que alcanzan son más perfectos. Para evitar que el Deseo cumpla su ciclo natural y muera, para conservar su energía intacta y multiplicada, deben abstenerse de la carne y pasar al nivel superior, el del alma. “La ascesis era necesaria para la sobrevida del Deseo”. Comprenden entonces que la regla que intentan autoimponerse en realidad está ahí para romperla, porque no son ángeles sino humanos que aspiran a la perfección.
Así van, caída tras caída, poco a poco agotándose el ciclo mismo como tal, pero manteniéndose aun la herida abierta, alcanzando cada vez más a menudo y con mayor intensidad ya no los espasmos de la carne sino los espasmos del alma. “Si para amarlo plenamente tuve que hacer de él un dios es porque no estoy hecha sino para amar a dios. Es por una bizarrería de mi naturaleza que sólo pueda amar a dios a través del amor profano y la sexualidad. Ya no estaba de rodillas ante Livio sino ante lo que él me había enseñado a venerar” concluye Benvenuta.
Escena del film:
Lejos de los planteos de la Liberación sexual o del Feminismo, Lilar propone una visión sacra del amor, postulando que el objetivo de esa fuerza misteriosa, a la que llamamos Deseo, que de pronto nos habita irresistiblemente y nos lanza a la posesión del otro, es alcanzar el éxtasis y, así, la liberación de la energía que permite alcanzar la verdadera espiritualidad, aquella que conduce finalmente a Dios. Nos dice también que la condición para dar este salto es abstenerse del Deseo, o sea del ser deseado, precisamente cuando el éxtasis amoroso alcanza su máxima intensidad. Al abandonar los orgasmos de que nos provee la fisiología es que podemos alcanzar los “momentos maravillosos”, los “espasmos del alma”, por no decir, los orgasmos del alma.
Quedan así revelados con total claridad por primera vez en lo que yo conozco de literatura erótica la naturaleza, los ciclos y los objetivos del Deseo. Lo sepamos o no, actuemos o no en consecuencia -como lo hacen los amantes de La confesión anónima- el Deseo seguirá chisporroteando en nuestras vidas, seguirá siendo la puerta de la trascendencia que nos está destinada desde siempre aunque prefiramos darnos por satisfechos con las migajas del banquete.
Suzanne Lilar