De dos tipos diferentes de infidelidades trata el film que Arnaud Desplechin extrajo de la novela “Deception” de Philip Roth. Es un film francés y su título original es “Tromperie”, término que significa tanto “engaño” como “infidelidad”, en un mismo nivel de uso. Por consiguiente, el título adecuado en español sería “Infidelidad”, de manera de abarcar los dos tipos de infidelidades en que incurre el protagonista (excelente Denis Podalydés haciendo de Roth): la infidelidad en tanto hombre casado y la infidelidad en tanto escritor.
En lo que refiere a la primera, hay que decir que la cosa va bastante más allá del adulterio que el protagonista comete con su amante inglesa (excelentísima Léa Seydoux). Las amantes desfilan en abundancia por la vida del enclenque y feúcho novelista, pero -y he aquí un aspecto relevante-, el relato no hace de él un seductor serial ni un mujeriego rompe-corazones. Al contrario, tal y como lo prescribe el catecismo casanoviano se involucra y compromete con sus amantes tan generosamente como puede (desde un cheque por cien mil dólares hasta acompañar a una de ellas en su lecho de muerte). De ahí el carácter irrisorio del “juicio” de que es objeto el escritor por parte de la panda feminista. Por lo demás, cuando su legítima esposa lo acosa con fundadísimas sospechas, no duda en mentirle a cara de perro, porque lo último que quiere en el mundo es lastimarla. Adúltero absoluto, pero solícito y cordial, y ecuánime en cuantos aspectos se pueda serlo, nadie tiene nada que reprocharle, que es lo que nadie tuvo la amabilidad de decir del personaje de mi novela “La reputación de una mujer”.
Para dar cuenta del segundo sentido en que el relato trata de infidelidades, tenemos que introducirnos en la cocina misma de la escritura de ficción, especialmente en lo que concierne a la relación entre ficción y realidad. La relación con su amante inglesa (irresistible Léa Seydoux) es la que el protagonista cultiva con mayor intensidad y consistencia. Pasan los meses, luego los años y las intermitencias de la relación, pero la sensualidad en el encuentro de sus cuerpos no disminuye, ni deja de fascinarlo la sutileza de la inteligencia de su amante, aunque en ningún momento ninguno de los dos está realmente dispuesto a romper las respectivas ataduras legales que los unen a sus cónyuges para pasar a vivir juntos. Inevitablemente el escritor termina por escribir sobre aquella relación magnífica y elusiva. Inevitablemente, aunque llevan ya tiempo sin verse, ella lee el libro. Tienen, pues, un encuentro post-relación: el libro pone el punto final a la relación, pero no puede no ser objeto de puntualizaciones. ¿Hasta qué punto el retrato que él hizo de ella es fiel al original? Ella dice que nunca se imaginó ser una persona tan pasiva como se ve en el libro, de una pasividad “aterradora”, dice. La escritura altera un poco las cosas, concede el autor, un poco a la defensiva. Ella entonces recurre a un rodeo para decir lo que en lo profundo siente: dice que siente lo mismo que los indígenas, que afirman que las fotos les quitan una parte del alma. El retrato que ha hecho de ella su amante le ha robado una parte del alma. El retrato, pues, no es enteramente fiel, y esta es la infidelidad en la que incurre para con su amante predilecta, pero no es tan infiel como para que deje de amarlo, como de inmediato ella deja en claro.
Todos los escritores, buenos o no tanto, recurren a veces, si no a menudo, para diseñar un personaje, a modelos que toman de la vida real, sea de personas cercanas o de desconocidos. También yo, en mis libros, he incurrido en este tipo de usurpaciones. También, como a Roth, me ha sucedido centrar todo un libro en la relación que he tenido con una persona que me ha parecido extraordinaria. Lo he hecho porque he sentido la urgencia de evitar que la relación se desvanezca en el puro olvido. ¡Pobre del que pasa por la vida sin topar con personas que nos llenen de algo el corazón! Y si hemos tenido el privilegio de ese tipo de encuentros, es muy triste que, terminada la tangencia, la plena relación o lo que sea, es muy triste, digo, ver cómo el polvillo del olvido va cubriendo su recuerdo. Si uno es escritor no puede sino ceder a la escritura como antídoto. Pero hete aquí que a ninguna de esas personas que yo siento tan vivas en mis libros, he podido o querido preguntarle si conoce mi libro ni qué opinión le merece. De hecho la gente se va retirando de la escena del mundo sin que suceda este último diálogo. No me sorprendería que mañana o pasado le dedicara algunas cuartillas a imaginar esos últimos diálogos no tenidos.
En todo caso, si por magnífico azar, en algún caso ese último diálogo realmente se produjera, me gustaría que ocurriera tal y como lo pinta Roth: que se encuentre a mi escritura infiel, incapaz de expresar las verdaderas bellezas de las que intenta dar cuenta, pero a la vez suficientemente fiel como para seguir siendo recordado con amor.