A menudo se me ha preguntado por qué sólo escribo erótica. La pregunta es pertinente, ya que llevo más de treinta libros publicados y todos giran en torno al mismo universo temático. He respondido con la razón del artillero: Chandler escribió policiales, Conrad historias de mar, yo escribo erótica, o sea: el mundo es variado y cada uno hace lo suyo. Es una manera de eludir la respuesta. También he respondido aludiendo a la preeminencia de lo sexual en la explicación de las conductas humanas, particularmente desde Freud en adelante. Es otra manera de eludir, con generalidades, la dimensión personal que debiera incluir una respuesta.
La realidad es que nunca me planteé seriamente la pregunta. Probablemente porque siempre me resultaron indiferentes las razones que pudiera tener para escribir erótica. Mientras la máquina funcionara perfectamente sin respuestas, me parecía inútil buscarlas. Dada la indiferencia que el asunto me producía a nivel consciente la respuesta terminó por hallar su camino emergiendo por entre las brumas del subconsciente.
Hace unos días me despertó un sueño atroz. No voy a ir al detalle, baste con decir que se asesinaba niños enterrándolos vivos. Siempre me afectó, naturalmente, la violencia hacia los niños, pero desde que soy padre el efecto que me causa es insoportable. El tipo de violencia extrema que había en mi sueño me despertó verdaderamente conmocionado. Y en medio de esta conmoción, antes de que mi mente pudiera hilar un solo pensamiento, desde algún rincón de mi ser que permanecía perfectamente lúcido, sin que mediara pregunta alguna, respondiendo a la pregunta que no me había formulado, me dije: “Contra esto es que escribo erótica”.
Me llevó un par de tazas de café estar en condiciones de analizar semejante proclama. Muy lentamente se me hizo evidente su significado: escribo erótica para alejar de mí el horror. ¿Qué horror? El horror esencial, me respondí, y de inmediato comprendí qué es el horror esencial. Es, en primer lugar, el que proviene de la mera conciencia de existir y de la precariedad inherente a la existencia. Y en segundo lugar, el que proviene de la conciencia de la infinita maldad de que son capaces los seres humanos. El horror esencial es un veneno que, apoderándose de la conciencia, nos sume en un pánico incesante, en la inmovilidad total y en la aniquilación espiritual.
La única salvación está en la vacuna temprana y en el acorazamiento. Las creencias religiosas, los deberes y las rutinas, la ignorancia selectiva o ideológica, la creación artística, etc., están ahí para evitar que nuestra mirada quede atrapada en el abismo. La pasión erótica, con su trenza de deseo, goce y placer dirimiendo preeminencias, levanta murallas más allá de las cuales quedan los monstruos del mal y de la nada. Mis novelas, cuarenta como son a la fecha, contando las inéditas, han ido urdiendo un mundo denso e intenso, un paraíso sensual en el que para todos hay lugar excepto para los violentos y para los desesperados. En el mundo de la pasión erótica la violencia es un juguete y la nada no es más que el momento supremo de la voluptuosidad.
Sólo en tres de mis novelas, todos de la primera etapa de mi producción, enfrento cara a cara aspectos del horror esencial. Aurora lunar es acerca de asumir la propia finitud, pero mi protagonista la asume no como un final sino como un desafío. Interludio, interlunio es acerca de dañar al prójimo, pero la maldad aún no ha triunfado aquí sobre la espiritualidad con la que paradojalmente cohabita en el alma humana. Finalmente, Evangelio para el fin de los tiempos es acerca de la destrucción del planeta, pero una esperanza delirante se eleva –literalmente- en el último momento. En todo caso, en las tres novelas es la intensidad del deseo que habita en mis personajes lo que genera el coraje con el que se enfrenta al horror esencial.
El horror esencial es una experiencia ineludible. Pero cada uno de nosotros cuenta con recursos propios con los que enfrentar o eludir la fascinación del abismo. Ser humano es dar esa batalla y vencer. La cultura humana es el catálogo de formas en que los seres humanos son y han sido capaces de rechazar el horror al mal y al vacío. Por eso es que cada cultura, por humilde que nos pueda parecer, antes de ser evaluada en sus posibilidades y sus limitaciones, merece el reconocimiento por haber sabido cobijar a los frágiles humanos de la más terrible de las amenazas, aquella de no encontrar razón para existir o de no soportar mirarse en el espejo.