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Ercole Lissardi - El Diccionario Erótico Moderno de Alfred Delvau

Fue leyendo “Bajo la colina” de Aubrey Beardsley (1872-1898) que me enteré de la existencia del “Diccionario erótico moderno”, escrito por un profesor de lengua verde”, como se autodenomina Alfred Delvau (1825-1867). Si bien la edición original –condenada a la destrucción- es de 1864, la edición ampliada que dejó preparada Delvau al morir, es de 1874. Seguramente esta era la edición de que disponía Beardsley hacia 1894 cuando escribía su relato erótico “Bajo la colina”, pastiche del Venusberg wagneriano, que, inconcluso, tuvo su primera edición recién en 1907.


Alfred Delvau


El Diccionario de Delvau es un verdadero tesoro del habla popular francesa relativa a lo sexual al uso en la primera mitad del siglo XIX, de ahí lo de “moderno”, y hoy en día, con total justicia, se suceden las reediciones.


Es al final del segundo capítulo de “Bajo la colina” que Beardsley, cediendo a su inclinación por las referencias librescas y culteranas, cuenta que los sirvientes enanos de Venus, al verla tan bella y radiante como nunca, y entregada a las caricias íntimas de sus chicos favoritos –Claude, Clair y Sarrasine- “se pusieron muy audaces. Hubo casi una melée. Ilustraron las páginas 72 y 73 del Diccionario de Delvau”.


Portadilla de la edición de 1874


Consultada en gallica.fr –aunque hay una transcripción más fácilmente legible en Wikisource- la edición de 1874 resultó que las páginas en cuestión corresponden a la letra B y están dedicadas casi exclusivamente al verbo “branler” y a sus derivados. Branler, en general, significa en español poner en movimiento, agitar, menear, y en el terreno sexual alude a la masturbación.


Ilustración de Felicien Rops para el Diccionario de Delvau




COMPARACIONES ODIOSAS PERO NECESARIAS


El “Diccionario del erotismo” de Camilo José Cela (1916-2002) dedica un mínimo de espacio al auto-erotismo, no entra en detalles y apenas menciona al pasar que las mujer también se masturban, revelando así el sesgo machista y reaccionario de su inspiración (la masturbación es algo que no merece mucho discurso; el hombre es el centro de interés en materia erótica), y que, en la materia, el autor no ve mucho más allá de sus narices, o de su verga, para ser preciso.


En cambio Delvau se entrega a los detalles deliciosos, de buen conocedor. “Branler” (pajear, digamos) dice, es emplear la masturbación para hacer gozar al hombre si se es mujer, y a la mujer si se es hombre. Eso es ser equitativo. En cambio “se branler” (pajearse) es servirse de la mano entera si se es hombre o sólo del dedo medio, si se es mujer, para llegar a gozar sin colaboración.


Pasa entonces, después de ilustrar adecuadamente con citas (“No se está nunca tan bien pajeado como cuando lo hace uno mismo” – Gérard de Nerval), a los derivados de “branler”, cosa que Cela se ahorra para cualquier de los términos que nombran la maniobra, ya que se trata, evidentemente, de un tema que le repugna un poco; en cambio sí se ocupa de la paleta completa cuando se trata del honesto coito.


Delvau se ocupa, entonces, del “branleur” y de la “branleuse” (el pajeador y la pajeadora, diríamos, forzando un poco a la lengua para que diga lo que tiene que decir). Del primero dice simplemente que es un “paillard”. Y en la entrada “paillard” explica: se trata de un libertino, de un hombre que ama a la mujer y que se divierte con ella, no como un burgués que obedece a los mandamientos de Dios y de las rutinas, sino como un gourmet que disfruta comiendo el amor con todas las salsas”. En cuanto a la segunda, dice: “mujer que no es suficientemente bella o que no es bastante joven como para ser cogida, o que teme quedar embarazada, y que hace su oficio pajeando a los hombres”. Hoy la llamaríamos “una especialista”.


Bien se ve la diferencia entre ambos diccionarios que en el fondo no es sino la diferencia entre dos culturas, la francesa y la española –al menos en lo previo a la pornografización de la sociedad que hoy vivimos.


Un detalle a manera de última prueba, tan complementaria como exquisita. “Branler le prépuce” (pajear el prepucio), dice Delvau, es “retirar y reponer el pequeño sombrero de carne que protege al glande y hace que resulte tan tierno al menor contacto”.


(2016)


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