“Iba a decir que volví, pero no es posible volver a donde nunca se estuvo.” A. Grynbaum, El hombre que pudo haber sido
¿De dónde sale una novela? Algunas de mis novelas provienen tanto de la imaginación como de zonas oscuras del recuerdo, pero en distinta medida y forma. La fantasía usufructúa los materiales que hay en mi mente, porque de algún lado tiene que sacar imágenes para sus maquinaciones, especialmente durante esta larga cuarentena del covid. Pero en ocasiones constato una intervención mucho más misteriosa.
Trazas de la memoria
Leí Pedro Páramo por primera vez siendo adolescente. Pese a la extrema complejidad que me presentó, lo leí entero. La literatura ya era mi religión y, en tanto joven devota, no me permitía el sacrilegio de abandonar la lectura una vez iniciada, como quien no se baja de un vehículo en movimiento.
¿Qué pude haber comprendido? Hasta hace poco habría jurado que nada. Que a lo sumo esa lectura me dejó el deseo de llegar, algún día, a leer en sentido fuerte este libro que es un ser vivo. Pero al cabo de leer Pedro Páramo nuevamente, a los cincuenta años, del mismo ejemplar que estaba en mi biblioteca natal, la perspectiva cambia.
¿Qué medió entre aquella chiquilina que deseaba la escritura y esta escritora? Entre otras cosas, una docena de libros publicados y dieciséis años de matrimonio con un escritor que vivió en México, además de haber visitado juntos esa tierra tan querible, antes de la plaga universal. De ahí que no solo el idioma mexicano en que Pedro Páramo está escrito, sino la profunda sensibilidad mexicana que expresa, en alguna medida me sean accesibles.
Una vivencia personal me empujó a la relectura. La sensación de estar en la Comala de Rulfo, que me produjo vaciar la casa de mis padres y asimilar la pesada idea de ser la única sobreviviente de mi familia original. De las cosas se desprendían atributos pertenecientes a sus antiguos dueños.
Ese contacto con los objetos de mis muertos me acosó hasta en sueños, exigiéndome algún tratamiento. Mi reacción fue escribir La conquista del deseo (novela de próxima aparición). En este relato, que se desarrolla en Montevideo a finales de la dictadura, fuera de la historia central, casi todo es tomado del recuerdo. Al punto que llegué a sorprenderme pidiendo a la memoria respuestas que esta no podía dar, pues lo que cuento jamás sucedió.
¿Qué estatuto de verdad merecen los frutos de la memoria? Recién después de concluida La conquista del deseo acudí a Pedro Páramo, para tratar de entender mi propio texto, en primer lugar.
Murmullos de la vida
“Allí, donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…” J. Rulfo, Pedro Páramo
Puesto que nuestra modernidad tardía ya no permite creer en historias que cierren perfectas, el narrador debe perseguir sombras. La verdad se insinúa en ecos lejanos, susurros, murmullos, que son como pedazos de cosas rotas o nunca realizadas, esbozos de fantasía o deseo. Especialmente los personajes de la infancia pueden recuperarse a través de algunas piezas, fragmentos de discurso, imposibles de materializar fuera de un halo dudoso y poético, en el cual flotan mostrando y escondiendo su sentido.
Los fragmentos de relato de Comala van a la deriva, como huellas de algo remoto que fuera dicho o imaginado, náufragos de un tiempo anterior e indemostrable. No hay testigos que permitan reconstruir la narración hasta completarla, como le pasa al único sobreviviente de su familia original. Por lo demás, en su momento no se prestó suficiente atención a quienes hoy forman nuestro mundo interno. La mente infantil no se interesa en lo que dicen y repiten los viejos.
Juan Preciado, el que busca a su padre, ¿entra en Comala vivo o muerto? ¿Acaso es posible sumergirse en el reino de los muertos sin morir con ellos de alguna manera? Los muertos se nutren de los vivos. Esta verdad se ha interpretado en un abanico que va de la tragedia a la comedia. Y dentro de la producción intelectual tiene su lugar en el estudio sobre el funcionamiento social y el poder, de Canetti, cuando se refiere a las masas invisibles de muertos que actúan sobre los vivos.
Sin embargo, es posible negociar con los muertos y conseguir que se mantengan tranquilos, asegurándoles un lugar en ese gran establecimiento de la memoria –y la fantasía- que es la cultura. A menudo no buscan sino el lugarcito al sol de una sobrevida mejorada por el arte.
Riesgo y milagro de apelar a la memoria
Cuando se persigue alguna verdad mediante el recuerdo, el peligro más evidente es no reconocer como tales a los simulacros, frutos de la alianza entre memoria y fantasía. A menos que aceptemos su insuficiencia, la memoria está dispuesta a rellenar con elementos imaginarios todos sus baches. Cuanto mejor maquillados de verosimilitud los recuerdos, más sospechosos.
En el terreno de la creación literaria, las mejores producciones del recuerdo son a menudo híbridos de una rememoración cargada en el deseo. De ahí que Susana San Juan no vea a Pedro Páramo aunque se le pare delante, ni padezca a la muerte que la va tomando, mucho menos le importa si el cura le niega la absolución. Cuando se revuelca en la cama delirando, lo que le sucede es revivir el encuentro carnal con su verdadero amor. De esa manera el amor resulta eterno. La escena se repite para tal realización.
En mi experiencia, interrogar algún personaje del pasado me ha permitido hallazgos sorprendentes, que no se me dan por ninguna otra vía sino la escritura. Aquellos a quienes creía conocer íntimamente, una vez convertidos en personajes literarios, terminan revelando secretos insospechados, mucho después de muertos. Como si revivieran a través de mi palabra para corregir la imagen guardada. Tal vez no tanto por falsa como por carente de glamour.
Escribiendo La conquista del deseo descubrí, por ejemplo, hasta qué punto el placer puede constituir el motor oculto de una conducta orientada al deber. El hombre que pudo haber sido me enseñó el mecanismo del lamento por lo que alguien quiso ser y no fue como coartada para ser realmente lo que se quiere. Esto último lo aprendí bastante después que el libro estuviera publicado.
Mis descubrimientos no me hacen más feliz ni más desgraciada, no resultan terapéuticos ni traumáticos, aunque sí necesarios. Mis recuerdos funcionan, dentro de una estructura literaria que les insufla una vida nueva. No se escribe porque sí ni para nada, pero es imposible saber de antemano por qué y para qué. Si fuera posible, emprender el viaje no valdría la pena.-