Leopold Sacher-Masoch, escritor galitziano de lengua alemana, nació en Lemberg –Imperio Austro Húngaro entonces, Ucrania hoy- en 1836 y murió en Lindheim -Alemania- en 1895. Si bien La venus de las pieles (1870) es su obra más famosa, Sacher-Masoch publicó un importante número de novelas, cuentos, obras de teatro y ensayos históricos. La literatura erótica fue sólo uno de los aspectos de su producción. En vida llegó a ser popular y reconocido por sus virtudes literarias, tanto en los países de habla germana como en Francia. De hecho, vivió de su trabajo como escritor, especialmente de los relatos que publicaba en periódicos y revistas.
Su gran proyecto literario consistió en un ciclo de novelas titulado El legado de Caín, donde se propuso abordar cuestiones primordiales de la vida contemporánea. Dicho proyecto constaba de varias unidades temáticas: el Amor, la Propiedad, el Estado, la Guerra, el Trabajo y la Muerte. Sólo finalizó las secciones correspondientes al Amor y la Propiedad, dejando apenas esbozados los otros temas. Su consagrada La venus de las pieles pertenece a los textos agrupados en torno al Amor.
El contexto de su obra narrativa lo constituye la corriente decadentista, etapa postrera del romanticismo literario. Es posible visualizar en las ficciones de Sacher-Masoch algunas de las principales características de dicha estética –cierto gusto por el exotismo y la exacerbación de las pasiones humanas como parte de una naturaleza que está más allá de lo que la sociedad está dispuesta a aceptar, por ejemplo-, pero el sentido de su producción artística trasciende dicho marco. Su vigencia actual lo demuestra.
Los cuentos que integran la presente selección fueron escritos en la última etapa de la producción de Sacher-Masoch. Aparecieron en periódicos y revistas de la época, en Alemania y en Francia, y no fueron recopilados en libro en vida de su autor.
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Monumento a Sacher-Masoch en Lviv, Ucrania
En la edición de 1890 de su obra Psychopathia Sexualis –paradigmático manual de psicopatología sexual- el psiquiatra Richard Krafft-Ebing se tomó la libertad de nombrar “masoquismo” a una perversión. Dicho término refiere, explícitamente, a la segunda parte del apellido de nuestro autor. La decisión se fundamenta en algunas obras de Sacher-Masoch –especialmente La venus- y en datos que se rumoreaban sobre la vida del escritor. Entre ellos, la turbulenta relación con su primera esposa, y el hecho de que ésta encarnara a la Venus de las Pieles en la vida real, cambiando su nombre por el de Wanda –la heroína de la novela-.
Wanda y Leopold
La forma de erotismo que Krafft-Ebing encuentra ejemplificada en Sacher-Masoch cuenta con profusos antecedentes de larga data en diversas culturas. El psiquiatra, coterráneo de Sacher-Masoch –ambos vivieron en Graz en la misma época-, prefirió elegir a este escritor a la hora de bautizar la patología sexual que había aislado. No osó adueñarse del celebérrimo nombre del francés Jean Jacques Rousseau, quien dejara constancia en sus Confesiones de inclinaciones eróticas muy similares. Ni utilizó la abundante pornografía flagelatoria inglesa, que describe en sus mínimos detalles la pasión por la flagelación –pasión que fuera desarrollada al amparo de la doble moral victoriana e instituida en los mejores colegios de la clase alta-. Tampoco se metió con la Iglesia Católica y su antigua tradición de flagelantes y disciplinantes, inspirados en el eterno espectáculo de un Cristo desangrándose en la Cruz. Sacher-Masoch no estaba amparado por ninguna institución que pudiera poner en entredicho la inteligencia del prestigioso científico catalogador de subjetividades. Leopold Sacher-Masoch produjo a partir de y en torno a la vulnerabilidad propia de la condición humana.
Sigmund Freud se apropió del concepto de masoquismo para su teoría de las pulsiones. Su discípulo Theodor Reik publicó en 1941 un tratado sobre El masoquismo en el hombre moderno. Jacques Lacan abordó la cuestión del masoquismo en su seminario, especialmente a partir de 1962, año en que se abocó a estudiar la angustia. En 1967 Gilles Deleuze publicó una presentación para La venus de las pieles que consiste en un extenso ensayo sobre Sacher-Masoch y el masoquismo.
Por otra parte, la rapidez con que se extendió el uso de las palabras “masoquismo” y “masoquista” en el habla vulgar sugiere que éstas cayeron como anillo al dedo en una cultura que necesitaba poder nombrar, agrupadas, algunas de sus más antiguas y fuertes pulsiones.
El paso del tiempo amenazó con reducir al escritor Sacher-Masoch a un par de términos peyorativos y a una entidad clínica interesante para los especialistas. Hasta hace poco tiempo, la única obra difundida en español era La venus de las pieles. Sin embargo, el interés que la literatura de Sacher-Masoch ha vuelto a suscitar recientemente está conduciendo a una serie de reediciones y primeras traducciones.
La producción de Sacher-Masoch renueva su vigencia en la actualidad, a la luz del auge de la diversidad sexual y los estudios que ella provoca. Toda una cultura, llamada BDSM –acrónimo de Bondage, Dominación, Disciplina, Sumisión, Sadismo y Masoquismo- se reconoce, con orgullo, como “masoquista” y reivindica a Sacher-Masoch en tanto autor de culto y precursor.
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Los cuentos de Sacher-Masoch aquí seleccionados presentan aspectos de una erótica que también aparece en su emblemática La venus de las pieles así como en otros textos del autor. Es fundamental leer estos cuentos en tanto escenificaciones de fantasías dictadas por una peculiar imaginación erótica. Es a “la tierra de sus sueños” a donde viaja Pablo Bing en el comienzo de Drama-Dscheuti. Y El derecho del más fuerte se inicia con la llegada del amado de Aldona Wasili, quien aparece en medio de una ensoñación de la muchacha.
Estas ficciones operan a manera de cuadros teatrales, con personajes dibujados mediante trazos gruesos y un fuerte sentido dramático. La descripción de los escenarios naturales no busca la verosimilitud –como lo demuestra el paisaje africano de Drama-Dscheuti-. El personaje masculino “amaba en el centro de la cálida África como si estuviera en Alemania”. Las protagonistas de Las hermanas de Saida viven en Kiev, aunque se les asigna un improbable origen turco. El narrador pinta decorados teatrales, telones de fondo dibujados con trazos que a menudo llegan al grotesco.
Se ha señalado respecto de las historias de Sacher-Masoch el lugar preponderante que cobran los temas folclóricos, históricos, nacionales. Las historias de este volumen se sitúan en aldeas perdidas de Ucrania, Polonia, Transilvania, Alemania, Rusia, en la estepa, en valles rodeados por montañas, en el África mítico -la única ciudad que aparece es Kiev-. En ellas participan campesinos, aldeanos, cosacos, nobles y militares pertenecientes a las distintas etnias de esas regiones europeas en histórica disputa territorial. Sin embargo, la repetición de aspectos argumentales que surge de una narración a otra hace que el color local pase a un segundo plano que permite resaltar a los personajes y sus dramas. Las costumbres del país no constituyen aspectos decisivos en estas historias, sino meros elementos de vestuario y utilería que contribuyen a establecer la mise en scène.
Es en las escenas de humillaciones y vejaciones donde la descripción se vuelve detallada, así como en el relato de enfrentamientos y combates, porque ahí la lente del autor explora la subjetividad desde la perspectiva del goce. Por ejemplo, en Warwara Pagadine, el lector se convierte en un ojo que ve cómo un personaje observa a otro que a su vez mira cómo denigran a un prisionero. Que se trate de un nihilista ruso no es el dato fundamental para comprender la fuerza de la escena. En La hija del sepulturero, la acción se concentra y se detiene en Milena contemplando voluptuosamente la ruina de quien la traicionó. El pie de la princesa Rajevska, el perfume que queda en la piel de oso tras su pisada, la pantufla, el champán que uno de sus admiradores bebe en su zapato, son minucias que se enumeran por el goce que evocan. Se nos muestra cómo Lubomirska goza, no sólo con el espectáculo del castigo de sus osos humanos, sino con la multiplicación de dicho goce a través de la repetición de las escenas: la exhibición del espectáculo ante los aldeanos “asustados”, la “intranquilidad” de los invitados a su fiesta. Lo que se busca no es una identificación del lector con los personajes, sino con la mirada que devora la escena.
El trasfondo de las historias lo constituye el goce que la representación produce para cierta mirada. Tanto da que se trate de una princesa o de una campesina. Sobre el escenario, “princesa” o “campesina” constituyen meros roles a jugar. El tipo de prenda –preferentemente de piel- que vista la protagonista dará la nota de su condición social y le brindará una apariencia realista. Apariencia necesaria para interpretar al personaje de la imaginación.
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Cierto es que Sacher-Masoch –haciendo gala de su cultura y formación histórica- sostiene una ideología igualitaria y cosmopolita. Tanto vale una aldeana como una soberana. Algunas venus de estos cuentos son blancas y otras negras. Al cosaco libre que rapta a la Princesa Rajevska le da igual que ésta sea la hija del zar o una aldeana, lo único que le importa es su belleza. Igual dignidad tiene un judío que un polaco o un austriaco. A fin de cuentas, todos somos humanos, y como tales: vulnerables, corrompibles, reductibles a piltrafas, perecederos. La canción con que Milena entierra a los cadáveres manifiesta cómo la muerte iguala a los hombres.
Los personajes de estas historias presentan un cierto esquematismo que los resalta en su dimensión de personajes sobre un escenario. Si la heroína desconoce la piedad es porque obedece a sus pulsiones, su naturaleza, los aspectos feroces, salvajes, animales, de lo humano (El derecho del más fuerte). Lo que importa destacar no es cuánto pueda parecerse a una mujer de carne y hueso sino la claridad de la idea que ella representa. Que carezca de compasión no le quita a Milena nada de su carácter apasionado, por el contrario.
La dimensión de representación de las escenas es evidente, en una suerte de teatro dentro del teatro. El foco está puesto sobre los roles sociales. En el juego erótico los roles de los partenaires pueden ser elegidos e incluso intercambiados. No hay que tomarse demasiado en serio los desenlaces trágicos: se trata sólo del final de una partida. La dimensión lúdica de las escenas no se agota en las cacerías de hombres envueltos en pieles de oso, o el juego de azar con naipes que sirven para tirar al blanco.
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Una pareja perfecta, pero de completa asimetría, se conforma sobre el escenario. La princesa y su esclavo, la baronesa y el artista, la sepulturera y el traidor. La asimetría cobra valor de ideal. La imagen del yunque y el martillo, que aparece en varias obras del autor -incluida La venus de las pieles- está al final de Las hermanas de Saida. “En el amor la igualdad no existe”, por eso Daredjanov y Damaris terminarán casándose y siendo felices, aunque él como yunque y ella como martillo.
A menudo, la pareja ideal es arrasada por la irrupción de un tercero. El poder que se genera en el interjuego de roles complementarios resulta, cada vez, precario y efímero. Se trata de un juego de poder, de jugar a poder sostener roles y alcanzar niveles de valentía y heroísmo.
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Otro aspecto fundamental de estas narraciones es su dimensión pedagógica, la cual engloba fenómenos diversos. Por un lado, los personajes deben realizar cierto aprendizaje. Los osos de Lubomirska son disciplinados a través de los múltiples castigos que reciben, hasta que aprenden la lección. Por otro lado, las historias pretenden enseñar cosas, instruir al lector. Respecto del ejercicio de poder, afirman que éste no es algo estable sino un juego de basculaciones. Un juego en el cual la virtud y el azar –y no institución alguna- definen y distinguen a los contrincantes (El derecho del más fuerte).
En estos cuentos abundan los animales, especialmente osos y lobos -propios del paisaje europeo referido-. Pero sobre todo aparecen hombres que se confunden con animales, que se metamorfosean. Personajes en los que predomina la parte animal, la bestia. Una bestia con aspectos lujuriosos. Un salvaje que será domesticado. Sin embargo, la disciplina que se aplica está al servicio del goce y se opone a la moral imperante.
La educación hará posible el surgimiento de un hombre y una mujer nuevos, superados respecto de sus viejos vicios, o con sus viejos vicios adaptados a un nuevo orden de cosas. Sólo la educación distingue a las personas respecto de su valor. Es a partir de iguales posibilidades educativas que puede surgir una mujer a la par del hombre (Warwara Pagadine). Únicamente el cambio radical de sus valoraciones puede hacer que una princesa prefiera la choza de un cosaco a su antiguo palacio (La Princesa Rajevska).
Pero más allá de las enseñanzas extraíbles, la pedagogía oficia como pretexto para la aplicación de castigos y correcciones, tan severos como voluptuosos. No haremos la lista, puesto que cada uno de estos textos sobreabunda en ejemplos de ello. De hecho, los relatos están construidos de manera tal que desembocan una y otra vez en escenas punitivas.
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Por otra parte, es innegable que la literatura de Sacher-Masoch problematiza, en forma pionera, la adscripción de roles de género dictada por la cultura. Por estos textos desfilan las mujeres viriles y los hombres bellamente afeminados (Un duelo a la americana). Y ello con total independencia de cuán valerosos o cobardes demuestren ser los personajes a la hora de la verdad. En el juego, erótico, cualquiera puede resultar el más fuerte, con total independencia de su sexo y condición social, si juega mejor y la suerte cae de su lado.
Las heroínas son tan hermosas como altivas, recias, inteligentes y valerosas. Milena sola, sin ayuda de nadie, cava y llena no una sino tres fosas de cadáveres. Warwara sabe tanto de medicina como de agricultura y política, pero también sabe asestar el golpe justo en el momento oportuno, e incluso repetirlo. Lubomirska es más astuta que los treinta y pico de hombres moralistas confabulados contra ella. Cada una de estas historias está fabricada para el paladar de un lector consumidor de mujeres dominadoras.
La idealización de la mujer despiadada -antes despiadada y severa que cruel- no forma parte de un feminismo a ultranza, sino de una imagen que se construye para el goce. Ser vapuleado por una mujer poderosa es el texto que emerge de las infinitas variaciones de una misma escena mítica, al modo del Un niño es golpeado de Freud –según Lacan-. Y la frase constituye el fantasma que da lugar a cierto encuentro del deseo con el goce. Aunque también, entre las múltiples variantes de esta escena, está la de la mujer poderosa sometida a un hombre aún más poderoso que ella (Un duelo a la americana). No se trata aquí de lo que hoy llamaríamos corrección o incorrección política, sino de emplear aquellas imágenes que enardecen el deseo y así le brindan una forma de satisfacción. Además de una concepción del poder como juego de roles que, al reforzarse como tales, permiten tomar distancia respecto de las determinaciones sociales que les dieron lugar.
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Por último, pero no menos importante, cabe subrayar la necesidad de leer estos cuentos en clave de humor. Se trata de un humor que oscila entre lo naïf y el horror, creando unos cuentos de hadas violentas, con princesas que amaestran osos que saben hablar en latín, por ejemplo. Humor que se hace presente para indicar que el texto no debe ser leído al pie de la letra por completo. Para manifestar que, cuando el hombre elige libremente ciertas formas de la esclavitud y la humillación, en verdad está buscando -más allá de disfraces y artilugios- otra cosa.
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Este texto fue publicado como prólogo el libro "El derecho del más fuerte y otros cuentos", Leopold Sacher-Masoch, Textos de Me cayó el veinte, México, 2012.