Texto leído en la presentación del libro, Librería Vila, Montevideo, 23 de agosto de 2024.
Con Santiago Cardozo, Bruno Cancio y Fabián Muniz.
Patricio Morquio, el protagonista de El país de los gatos (Fabián Muniz, Ginkgo, Montevideo, 2024), es un escritor dividido entre escribir para el mercado y entregarse a sus propios demonios. En la ciudad de San Cupertino, -globalización mediante, tanto da su lugar geográfico- Patricio publica, bajo la identidad femenina de Alexa Numansky, exitosos bestsellers de rotunda ideología feminista.
Entre los éxitos de Alexa se encuentran los libros “La mujer resiliente” y “Derecho al roce” –donde se reivindica el derecho de las mujeres a garronear también alguna frotación inopinada-. La última obra de Numansky “es un testimonio en el que narra y analiza la violencia obstétrica que tuvo que soportar sobre su cuerpo y sobre su psiquisimo la vez que se vio obligada por las circunstancias (violación) a hacerse un aborto (p. 10)”. Cualquier semejanza con alguna Premio Nobel no es coincidencia sino parodia.
Como sucede, la vida hace que Patricio no pueda concentrarse exclusivamente en sus problemas literarios. De pronto Karen, su ex-mujer, lo obliga a hacerse cargo de la hija de ambos, Delfina, por un tiempo indeterminado. La paternidad se suma a la crisis ética y consiguen paralizar la producción de Alexa Numansky.
Karen ha formado pareja con Luis y ambos son padres de Camilo, un niño diagnosticado como autista. La fragilidad de Camilo se ha visto atenazada por la irrupción de los gatos de una vecina, típica vieja loca que vive con una gran cantidad de felinos. En el intento de proteger a Camilo, Luis reclamó a la anciana que impidiese las visitas gatunas a su hogar y, al no obtener respuesta, la amenazó vagamente. Pero la desaparición de una de las gatas, Etelvina, vino a complicarlo todo. Sin la mínima indagatoria, con la inmediatez de los tiempos que corren, la vieja bruja recurrió a la más “gritona” de las redes sociales para escrachar a la familia de Karen y Luis, acusándolos de haber asesinado a Etelvina.
En unas pocas horas la denuncia se hizo viral. Con igual celeridad y juicio sumario “un grupo de acción directa, rescatista y antiespecista”, llamado Animalistxs (en lenguaje inclusivo) hace suyo el caso del presunto animalicidio. Para entender lo de “antiespecista” tuve que apelar al diccionario. Según la Real Academia Española “especismo” es la “discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores.”
Animalistxs está formado por cuatro lectoras de Alexa Numansky y un par de varones; uno de ellos vegano militante, el otro estudiante de filosofía. La agrupación consiste en una especie de pandilla que ejerce la “militancia social”, buscando, en lugar de la justicia, la venganza.
Ante el escrache masivo, en el intento de evitar represalias, Karen y Luis alejan a sus hijos del hogar y así es cómo a Patricio le toca cargar con Delfina.
Pero, en paralelo con la desaparición de la gata, desaparece también Delfina y hay evidencia para sospechar que fue secuestrada por un pedófilo, con quien se vinculó mediante las redes sociales y a raíz de su fascinación por los gatos. Aníbal Calvo disfraza su vulgaridad bajo una indumentaria a lo Pato Darkwing y en tanto personaje turbio ejecuta su “plan siniestro”: hacerse un harén de gatos y niñas –feliniñas, como les llama-. Aníbal prometió a Delfina darle un gatito, que resultó ser Etelvina.
En cierto punto de la trama, las jóvenes integrantes de Animalistxs deciden “interseccionar el feminismo con el animalismo” y se rebautizan como Femianimalistxs. Entonces deben enfrentar un “dilema moral”. En estos términos lo discuten: “Si es cierto que la familia de la niña secuestrada mató a un gato, tenemos dos opciones: o priorizamos el feminismo, y vamos al rescate de la chiquilina, cosa que favorecería a la familia animalicida, o priorizamos el animalismo, en el entendido de que cualquier animalicidio es inaceptable, y debemos renunciar a serle de ayuda a una niña brutalmente secuestrada para castigar duramente a la familia. (…) No es fácil de resolver el interrogante de si estamos o no estamos siendo especistas al tomar la decisión de priorizar la búsqueda de la niña frente a la destrucción inmediata de la casa de su familia (pág. 101).”
Finalmente deciden hacer las dos cosas: buscar a la niña e incendiar su casa. Primero el incendio, luego la búsqueda. “Así queda claro que la lucha tiene dos frentes y que no estamos dispuestas a negar ninguno de ellos (pp. 101-102).” Entonces, al grito, literalmente reiterado, de “¡Interseccionalidad!” proceden al atentado contra el domicilio.
En ritmo alocado y clave de humor se teje la peripecia, respecto de la cual quiero destacar tres hebras: 1) el significante “gato”, 2) la crítica de la ideología de lo políticamente correcto y 3) el tema de la responsabilidad intelectual del escritor.
EL SIGNIFICANTE GATO
A lo largo de la lectura me reí en abundante, pero al finalizar la novela me vino cierto… malestar. Yo pertenezco al país de los gatos, al reino celestial de los maravillosos felinos. Vivo con mi gata Lina, quien me ama, me cuida y me controla durante las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Y no es el primer felino a cuya adoración me entrego. La devoción a los gatos se aprende en la más temprana edad –así le sucede a Delfina- y se desarrolla como una adicción a lo largo de toda la vida. Al igual que le pasa a Delfina, también a mí El Algoritmo me distrae, durante lapsos que preferiría no medir, en la contemplación de gatitos que realizan proezas, mientras quién sabe qué hackeos se producen en mis sistemas...
Ahora bien: ¿Por qué colocar a los adorables gatos en el centro de una trama, en definitiva, sórdida? ¿No era que Fabián Muniz es de los nuestros…?
Deformada por el psicoanálisis, como estoy, me dediqué a retorcer la contrariedad hacia la reflexión. Si nuestro autor se propone patear el tablero de la corrección política en el oficio de escribir, es justo y adecuado que su relato genere alguna molestia.
En tanto hilo conductor de la trama, el significante “gato” debe resultar inasible para así realizar el juego de su polisemia, la generación poética de sentidos. El profesor de literatura y estudiante de psicología Fabián Muniz, tiene sus ideas en materia literaria.
EL CAMINO AL INFIERNO ESTÁ EMPEDRADO CON LAS MEJORES INTENCIONES
El país de los gatos alcanza algunas virtudes no menores. En primer lugar, cuenta una historia, hoy en día, cuando se pretende que eso ya no es posible. Y cuenta esa historia con suspenso y humor.
El tipo de humor en juego es el de la parodia que vehiculiza una crítica. Puesta en acción, la ideología de lo políticamente correcto -que pretende adueñarse de todo lo que está bien, excluyendo cualquier elemento desestabilizante- devela su cara siniestra.
Entre las principales virtudes de este libro se encuentra la valentía de meterse con la actualidad. De meterse no solo a riesgo de ser atacado, o ninguneado –forma hipócrita del ataque- por sus contemporáneos, sino también a riesgo de que la Historia (con mayúscula) no falle a su favor. El país de los gatos habla de fenómenos que ahora mismo nos envuelven, por lo que no resulta sencillo visualizarlos con claridad.
Otra virtud destacable es el hecho de discutir temas tan gruesos como el de la violencia contra las mujeres y el de su manejo desde las redes sociales, sin caer en el maniqueísmo.
TRAVESTIR LA PLUMA NO SIGNIFICA VENDER EL ALMA AL DIABLO
Respecto del actual negocio del libro El país de los gatos se explaya mediante recursos variados. Por momentos, una prosa sencilla y directa: “(…) lo que se busca de los libros, y por lo tanto de los escritores, es que colmen las expectativas de los lectores, quienes a su vez terminan siendo nada más que meros clientes a los que siempre habría que darles la razón (…) y para asegurar este cumplimiento de expectativas, rinde culto a un cierto protocolo, fundamentado en una taxonomía rígida, por medio de la cual un libro es, fatalmente, o de este o de aquel género, y si tiene subgénero mucho mejor (…) añadamos a esto el hecho de que actualmente todos los libros suelen leerse como una confesión vital, como un acto de honestidad brutal (p. 13)”. Puntualicemos que “brutal” funciona, en este contexto, en su puro sentido negativo.
Algunos años atrás, en una mesa de disertaciones enmarcada en el psicoanálisis, coincidí con una persona trans. Conversando con ella, más tarde en el boliche, tuve una suerte de revelación: Cuando escribo estoy fuera de género, necesariamente. No soy ni mujer ni hombre. De hecho, algunas de mis novelas están narradas en primera persona del femenino y otras del masculino. Eso no me ha generado el mínimo conflicto, apenas alguna corrección gramatical.
El travestismo de Patricio en Alexa no responde a un cambio desde una literatura masculina a una literatura femenina. Lo que hace Patricio es, simple y directamente, prostituirse.
En lo que respecta a la auténtica experiencia de la escritura, todo escritor se traviste en sus personajes, aun si toma modelos de la realidad. Para que el acto creativo se produzca hay que superar las barreras de lo que uno es. Sin ese paso de transubstanciación, lo que se hace no es literatura; puede ser política, descarga, etc., pero no es arte. Para realizarse el artista tiene que devenir otro y la obra que produce, apenas cobra vida, pasa a formar parte del mundo y ya no le pertenece.
Lo que Patricio Morquio hace, hasta el punto de lo insostenible, es vender su alma al diablo del mercado, haciéndose eco de las cantinelas al uso y anulando así su -poco o mucho- talento. Hasta ayer lo pertinente era elogiar al gran falo masculino, hoy toca alabar el brillo del terreno marcado con el signo opuesto. Quien no se traiciona a sí mismo opta por tomar distancia de toda moda ideológica, en la medida de lo posible. Este libro lo consigue.-
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