(Interpretación caprichosa de un grabado de Goya a partir de un antiguo mito inexistente)
Por ignotos motivos, de la enorme y diversa obra de Goya, el Capricho número 64, Buen viaje, me ha interpelado hasta llevarme a producir este texto.
Los Caprichos, estampa 64: Buen viaje
Publicados en 1799, la serie de grabados titulada Caprichos, es, entre otras cosas, una exploración de lo que un siglo más tarde habría de popularizarse bajo el nombre de inconsciente. En el Capricho 64, en una atmósfera onírica, con un fondo de sombras, el Diablo transporta en vuelo a cuatro personajes. El cuerpo del Demonio es musculoso y bien formado, su rostro expresa preocupación. De los transportados se ve poco más que las caras, transformadas en muecas de angustia.
Dado el nivel de síntesis y ambigüedad de la imagen, para leerla hacen falta algunas preguntas: ¿quiénes son los personajes?, ¿hombres o espíritus?, ¿dónde están?, ¿de dónde vienen?, ¿a dónde van?, ¿hacia dónde miran?, ¿qué ven?, ¿qué los angustia?, ¿por qué la estampa se titula Buen viaje?...
En la imagen las respuestas están apenas sugeridas, el mirante deberá inferirlas. Hablaré de “mirante” como equivalente de “lector”, aunque bien podría hablar de lector, puesto que el grabado implica una forma iconográfica eminentemente narrativa. El mirante-lector del Capricho 64 tiene que llenar los muchos blancos que la imagen deja según su capricho, es decir su fantasía.
En busca de respuestas
A falta de otros elementos, hay que hacer el camino de la lectura en la dirección que marcan las miradas de los personajes. El diablo mira hacia abajo, dos caritas miran hacia arriba, la tercera hacia adelante y la cuarta en dirección a nosotros, pero su trayectoria nos traspasa, va más allá del mirante o, en su defecto, está perdida. Los cinco rostros expresan malestar, pero cada uno es diferente.
Los dos semblantes de la parte superior del conjunto transmiten la idea de imbecilidad; el de nuestra derecha, de una imbecilidad más profunda que el de nuestra izquierda. Los cinco parecen sorprendidos, menos el del medio, cuya boca abre ante nosotros el abismo desesperanzado de la angustia -antecedente de El grito, de Munch-.
El grupo se ubica entre el Cielo y la Tierra, en una zona intermedia, espacio propio de los cuerpos sutiles. Ahora bien, ¿están volando o están cayendo? El diablo parece un conductor a punto de perder el control de su vehículo. ¿Será que tanto el Cielo como la Tierra se han vuelto infernales?, ¿es posible que no haya a dónde huir…?
En cuanto al título de la estampa (Buen viaje) a primera vista parece irónico. ¿A qué lugar puede conducir el Maligno sino al Infierno?, ¿qué tan bueno podría resultar el viaje? Pero, el recurso a la ironía pone en cuestión el sentido de la obra en su conjunto y habilita otra lectura diferente a la trillada historia del castigo a los pecadores.
A lo mejor el viaje en cuestión es el que el mirante está llamado a emprender, la aventura de la interpretación.
Y mi interpretación se basa en que los transportados son espíritus: los espíritus de la angustia.
Las Angustias
El centro de la estampa está ocupado por las varias facetas de la angustia. Del mismo modo en que se habla de las Furias, a esta composición se la podría llamar Las Angustias. Las Angustias están en el corazón de la obra, la protagonizan. Y en esos rostros angustiados radica la fuerza de esta imagen y su indeleble poder de conmoción.
Las Angustias constituyen un grupo puesto que la angustia no es un fenómeno simple ni unívoco. Cual monstruo de varias cabezas, tiene diferentes caras, que, como las pirañas, atacan todas juntas: todas contra uno.
Al igual que las Furias, nuestras Angustias son demonios pertenecientes al inframundo, universo de las sombras, reino de los dolorosos abismos del ser. También el número de las Angustias es indefinido. Incluso sus cualidades resultan apenas generalizables. Las características de cada una dependen de la forma en que afectan a los distintos sujetos. Cada Angustia es relativa a tal o cual humano en su particularidad, cada una tiene un rostro peculiar.
Ahora bien, si Goya monta a las Angustias sobre el lomo del Diablo es porque las está mandando al Infierno. Si el Capricho 64 constituyera un gesto, éste podría traducirse en: “¡Al Diablo con las angustias! ¡Que se pierdan en el infierno!”.
Retratar así a los monstruos de la angustia es una forma de mandar a la angustia al Diablo, realizar una especie de exorcismo que posibilita la creación artística. El artista enfrenta al poder perturbador de la angustia, le opone su arte y logra la victoria a través de la realización de su obra. Del abismo de la angustia nace el arte.
Al cielo ¡no!
Puesto que me he lanzado en una lectura del grabado totalmente personal, y caprichosa –es decir: guiada por la imaginación-, daré un paso más. Creo que vale la pena comparar el Capricho 64 con otra obra de Goya, el cuadro titulado San Francisco de Borja y el moribundo impenitente.
Este óleo de 1788 –aproximadamente una década anterior a los Caprichos- muestra unos seres de la misma materia que los sueños, al igual que los entes del Capricho 64, que también aparecen en otros dibujos que se volvieron característicos de Goya.
No sé qué verán ustedes en el cuadro, pero para mí es claro que, en el límite de su vida, el hombre tiene que elegir entre el Cielo, que le ofrece la Iglesia, y el Infierno, a donde lo invitan los demonios. Y no tengo dudas de que elige el Infierno, porque, a simple vista, el santo queda solo con su cruz, en la zona oscura del cuadro, y el moribundo está junto con los demonios, formando un mismo grupo, en la zona de luz. Al fondo, como para confirmar, se erige vacía una botella de vino.
Eso es lo que veo yo, por más que el cuadro se encuentre, hasta el día de hoy, en la Catedral de Valencia, en cuya web reza: “La sangre de Cristo protege al pecador de los demonios que esperan llevarse su alma”. Para mí que, como Don Giovanni -el de Mozart y Da Ponte-, el moribundo del cuadro, renuncia al Cielo. Si hay razones para evitar el infierno seguramente también las haya para desistir del Cielo. Sin ir más lejos, a fines del siglo XX en nuestro ateo Uruguay, y en clave de humor, el Cuarteto de Nos desarrolló algunos argumentos para decir: Al cielo no.
Carpe diem
Si no creemos en el Cielo ni en el Infierno –y no parece que Goya creyera en ellos-, ¿qué nos queda? La Tierra, la vida humana con sus angustias y sus placeres. Desde este ángulo, el Capricho 64 puede ser leído como un llamado a vivir el presente, el viaje, que es lo único cierto.
Vivir cada momento como si fuera el último implica pelear contra el coro de las Angustias en pos de arrebatarles su botín: la propia existencia.
A lo mejor no hay que leer el título de la estampa en clave de ironía sino al pie de la letra: en esta vida –así como en la otra, si existiera- lo mejor que nos puede pasar es tener un buen viaje.-