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Ana Grynbaum - La erotopía del Edén

Dentro de la actual faceta intimista de Lissardi, la novela Edén tiene un lugar prominente por la calidad de su escritura, a la cual bastan muy pocos elementos para cautivar al lector. El narrador y protagonista, cuyo nombre desconocemos, es un septuagenario achacoso y deprimido, que considera su existencia como un rotundo fracaso.



Encerrado en su apartamento, donde vive solo, apela a sus recuerdos en el intento de recuperar el paraíso perdido de su primera relación amorosa, el Edén que da título al libro. Este Edén erotópico es descripto en términos de: “un espacio fuera del espacio, y un tiempo fuera del tiempo, hecho de pura sensualidad” (Pág. 11).


Acosado por el malestar y la culpa, el narrador intenta recordar como forma de revivir vicariamente la felicidad perdida, pero recordar no es una operación ni vana ni exenta de consecuencias reales. En una “arqueología del Edén” (Pág. 35) el recuerdo vuelve una y otra vez a la mutua iniciación sexual de Irina y el narrador -la cual tuvo lugar en Montevideo más de cincuenta años atrás, cuando ambos tenían quince años- y también vuelve al vínculo erótico incluido en el noviazgo, que duró unos cinco años.


Ese retorno al pasado toma el cariz de una obsesión que altera por completo su vida cotidiana. Como no puede evitarlo, se entrega a intentar la recuperación de los detalles mediante el recuerdo, con la esperanza de poder revivir el tiempo de la felicidad, aun si ello implica una intensificación de las culpas y el dolor de la pérdida. “Pensar el Edén es, simultáneamente, pensar su gloria y su fracaso. Eso es el Edén en el Génesis, gloria y fracaso, las dos caras de la misma moneda. Así pues, no lo llamaba Edén mientras lo vivía. El nombre, la palabra me vino después, en algún momento impreciso en el que viviendo lo poco y lo pobre que supe vivir, empecé a comprender que mucho antes, en el origen, lo había tenido todo y lo había perdido.” (Pág. 68)


Este revivir produce un cambio radical en la percepción y la valoración de la relación vivida en el vértigo de la juventud, un cambio que afectará al presente. “Unos días con mi memoria como enloquecida excavando en las ruinas del Edén me bastaron para adivinar la cara oculta del erotismo de mi noviecita de la adolescencia y la primera juventud, o no oculta, sino simplemente que yo era incapaz de verla y cuando explicitada, era incapaz de asumirla. Parafraseando a Kafka: no supe que aquellas puertas que yo cerraba habían sido abiertas en aquel momento sólo para mí, para que yo me instalara para siempre en el íntimo recinto de su voluptuosidad.” (Pág. 80)


Cierto es que algunos comportamientos sexuales afectan al conjunto de la existencia. Tan cierto como que, en la concepción erotópica de la obra lissardiana, la conducta erótica aparece bajo la lupa. El periplo de los personajes es precisamente la forma que ellos tienen de cumplir sus deseos y alcanzar sus placeres.



El Edén primigenio


Los amantes iniciaron sus prácticas en el living-comedor del apartamento de la familia de Irina, pero luego fueron improvisando otros escenarios. La erotopía del Edén se distingue de los diversos espacios erotópicos en los cuales esta pudo desplegarse.


En todos los casos la pareja de adolescentes experimentó su placentero amor empujando el borde de una frontera resbaladiza, moviéndose en la clandestinidad dentro de lugares más o menos públicos. Al margen incluso del momento histórico. Respecto del sexo furtivo que tienen en la biblioteca del liceo se nos dice: “Es el gusto por el capricho voluptuoso, y por el desafío, por la transgresión, el riesgo. Afuera estudiantes y policías intercambian pedazos de baldosas contra gases lacrimógenos. Es su sentido del riesgo. El mío es este.” (Pág. 65)


Aun estando en casa de Irina debían mantenerse dentro de los límites de cierta clandestinidad, acaso más aparente que real, pues la familia de Irina estaba en el apartamento durante las tardes en que ellos supuestamente estudiaban juntos, sin embargo nunca nadie abrió la puerta para inmiscuirse. Tampoco nadie los descubrió durante sus aventuras en el jardín del Museo Fernando García, ni en la sala de espera del sanatorio del CASMU, el cine, etc., como si las escenas eróticas estuvieran protegidas por arte de su propia magia y los volviera invisibles.


Ese tiempo y ese espacio de la relación con Irina constituye propiamente una erotopía, la del Paraíso no solo en la tierra sino en cualquier lugar donde a los chicos se les ocurriera entregarse a la fruición sexual y en todo momento: “los años que compartimos, los años del Edén, viví en estado de beatitud sexual, enchufado a un ser que jamás me permitió padecer ni el más mínimo nivel de carencia en la materia”. (Pág. 13)


El riesgo formaba parte de las condiciones de funcionamiento de la juvenil relación, la erotopía se desplegaba contra el imperio del deber y así probaba su poder. El paraíso está en cualquier esquina, basta con generarlo.



¿Es posible El Regreso?


Pese a todas las dudas, inseguridades y falta de energía vital, el narrador inicia la búsqueda real de Irina. Esta búsqueda, a priori absurda, es motivada por el recuerdo de las palabras que Irina le dijo al separarse y que él, en su actual desesperación, toma como una profecía: “que nuestro amor estaba condenado a la separación, pero que volveríamos a estar juntos al final del arco de la vida”. (Pág. 9)


Si se trata de una profecía, incluso auto-cumplida, debe realizarse. El narrador se percibe en el final de su vida, es el momento de emprender la reconquista del amor.


Al recuerdo de la profecía lo trae un sueño: “Eyectado en el tiempo hacia el pasado, en un pestañeo viajé medio siglo: nos estábamos preparando para viajar a los confines de la Siberia, en las Antípodas, para conocer una flamante súper-estación meteorológica y de investigación espacial, pero todo lo que tenía en mente era decirte la verdad más simple y evidente que había en mí: Cuanto más te conozco, más te amo.” (Pág. 9)


La cualidad de enigma del sueño como tal, confronta al narrador con la verdad dolorosa de que, durante el tiempo de la relación, él no se ocupó de conocer a Irina en lo profundo de su ser, de su deseo. Responsabiliza del fracaso de la pareja a esa falta, incluso si el recuerdo también muestra incompatibilidades difícilmente conciliables entre ambos, como la ambición de estatus por parte de ella y la falta de ambición por parte de él.


El desconocimiento de lo que Irina es como persona y como ser deseante, a lo cual el narrador accede a partir del sueño, es lo que urge enmendar en el presente. Es menester encontrar a Irina en la vida real y si ella sigue viva, si continúa siendo como era y, sobre todo, si continúa enamorada de su primer novio, entonces la erotopía habrá de consolidarse con el peso de lo real.


En la posibilidad de enmendar el antiguo error radica el desafío que pone en marcha la búsqueda y el relato, búsqueda en la cual el narrador cifra toda su felicidad. Encontrar al amor perdido se convierte en cuestión de vida o muerte.



El amor reencontrado


En contraposición de la idea de un amor trágicamente desencontrado, sugerida por la mención Doctor Zhivago, por parte de Irina, en relación con su profecía, el relato de Edén se orienta a la construcción de una erotopía positiva.


El optimismo es una opción estética, amén de una opción de vida. Por más razones que existan para que todo salga rematadamente mal, la lógica del fracaso y el dolor no habrá de cumplirse.


Si en Edén se extiende algún tipo de arco iris, este va desde el amor perdido hasta el amor recobrado y es tan firme y duradero como un puente romano. La nueva erotopía, la del amor recuperado, se constituye en oposición a la evidente decadencia del narrador y como instrumento de su negación.


Private eye mediante, Irina reaparece. Aún con marido rico, par de hijos, amante y cirugías estéticas, es la misma Irina de siempre. Y puesto que sigue amando al narrador -su primer amor, el único, el definitivo- de aquí en más se hará cargo de brindarle la felicidad, aun al costo de mantener con él una relación paralela a su vida familiar.


Al amante lo abandonó después de la primera conversación telefónica con el narrador, pero la sagrada familia burguesa ha de ser preservada. El reencuentro no puede traer sino el bien, transgresora idea en el contexto de una cultura promotora del pesimismo como forma de control social.



Del Edén perdido al Edén recobrado


Paradójicamente, encontrar las fallas del Edén original, sus imperfecciones, permitiría a los amantes reelaborarlo en el sentido de compensar los errores. El aprendizaje es necesario para que la iniciación, en una forma sentimental y mística, se complete medio siglo más tarde.


“Doloroso recordar que había vivido en estado de Gracia, fuera del Tiempo, en un Edén ganado sin mérito ni esfuerzo alguno, por el solo hecho de habernos encontrado, de habernos visto e instantáneamente habernos amado.” (Pág. 10) La separación y posterior trabajo de reencuentro hará que este sea ganado, por él se ha pagado un alto precio –tanto la connotación bíblica como la capitalista, saltan a la vista-.


El narrador analiza la conducta sexual de Irina, que en el pasado le parecía perfecta, y empieza a leer ciertas señales respecto de su deseo erótico profundo que en su momento él había desestimado. Por ejemplo, aunque sabía que Irina no era de bromear, él no pudo tomar en serio su pedido: “-Quisiera arrodillarme en la bañera, desnuda, y que me orinaras encima.” Por entonces el narrador carecía de la experiencia necesaria para entender que, en terrenos del eros, casi todo es posible, así como para imaginar que una elevada dama -aun en formación, como Irina- puede impunemente permitirse muchos deslices.


Comprende el narrador que, cual contracara de la mujer dueña de sí, en la cual la joven Irina fue transformándose, en el terreno de lo sexual, su noviecita se caracterizaba por un deseo de sumisión que pedía trascender ciertas fronteras que de joven él no se animó a cruzar. Primerizos ambos, para él la dieta sexual de coito y felación era perfecta. No se le ocurría ir más allá, ni estaba en posición de concebir a Irina como la mujer eróticamente ávida que en verdad era. Comprende que su cobardía le impidió darle la satisfacción sexual que ella pedía y fantasea con que, de habérsela proporcionado, la unión hubiera sido irrompible.


El conocimiento que el narrador desarrolla a partir del despliegue de los recuerdos remite al conocimiento carnal. Dicho conocimiento le permite imaginar a Irina brindando todo tipo de servicio sexual a quien ejerza sobre ella la autoridad de exigírselo.

En la parte del video que el investigador privado le facilita, el narrador ve a Irina con su amante, entregada a placeres de la sumisión que él no hubiera imaginado. Soporta incluso que el hombre le fume encima, cosa que a él jamás le habría permitido.


Cuando finalmente se reencuentran, Irina y el narrador actúan libres de las inhibiciones juveniles. Ella le muestra las tetas y permite que vea su rostro desfigurado por el orgasmo. Por su parte él: “Separé las nalgas y con la lengua, rindiéndole un homenaje inédito en nuestro repertorio, recorrí desde el clítoris hasta el culo. El aroma dulzón y picante me llegó hasta el alma.”. (Pág. 108)


Si creemos en que la nueva versión de la erotopía del Edén ha de funcionar, al finalizar el libro dejamos a los personajes en un estado de gracia erótico, garante de la continuidad del vínculo, ahora sí definitivo.



Resonancias


Más acá de la Biblia y más allá de la voluntad del autor, la cuestión del Edén perdido y el Edén recobrado suena a Milton, a la discusión en torno a las responsabilidades por la fatal expulsión de Adán y Eva. No a la resistencia ante la tentación del Diablo en el desierto, como en el Paraíso recobrado, sino al placer de entregarse a la tentación del sexo.


Un poco más acá en el tiempo, también suena a Proust, la serie de En busca del tiempo perdido termina con el libro El tiempo recobrado. La coincidencia se sostiene en la definición que el narrador de Edén hace de su erotopía: “un espacio fuera del espacio, y un tiempo fuera del tiempo”. Trascender el tiempo y acceder al paraíso, en la experiencia humana, se emparentan.


La reconstrucción, mediante los juegos de la memoria, del placer experimentado en el pasado, es tanto el camino de la salvación como la salvación misma. El recuerdo permite conocer y restituir. El fruto del trabajo de recordar es una entidad nueva, diferente de la experiencia, única y, para el caso, optimista.


Aunque en Edén la única película que aparece mencionada -en relación con la idea de la profecía del reencuentro de los amantes- es Doctor Zhivago, varias canciones vinculadas con películas me han estado sonando en la cabeza. Especialmente Somewhere over the Rainbow, interpretada por Judy Garland como Dorothy en El mago de Oz, expresando que creer en la posibilidad de otro lugar es lo que permite alcanzarlo.


También We’ll meet again, siniestramente elaborada para negar la muerte de los soldados norteamericanos en la Guerra y sarcásticamente emplazada al final de Dr. Strangelove, cuando la bomba explota el mundo.


La disyuntiva que, en un nivel de lectura fino se presenta, está entre creer o no creer en el amor como milagro. Acaso la solución sea creer y no creer al mismo tiempo, apostar a lo posible en vez de lo seguro, ya que lo único seguro es la muerte. Y permitir que la fe se imponga por encima de las incertidumbres.



Por el camino de la emoción


Leí Edén, por primera vez, apenas Lissardi terminó de escribirlo y por segunda vez, cerca de un año después, preparando este texto. Las dos veces, cerca del final, me saltaron las lágrimas.

No suelo llorar con los libros ni con las películas, pero cuando una obra me hace llorar, el llanto mana cada vez que llego al punto crítico. Tuve que recurrir a la memoria de mi hijo para recordar cuáles habían sido las películas que también desbordaron mi emoción: Lloré sobre el final, las dos veces que vi Ocho y medio y también las dos veces que vi It’s a Wonderful Life. Y no transcurrió en seco el acto de hilvanar estos antecedentes.


En la película de Fellini todo está dado para que il regista fracase estrepitosamente. Todo conspira contra la realización del film. Sin embargo, la obra se produce, como un milagro y llena el espacio con su felicidad circense, excesiva y desafiante. (Cf. mi articulo El acto creativo es un milagro). La flor maravillosa nace en medio del desierto y del caos, contra toda sentencia opresiva, negando en acto la maldición, la crítica destructiva.


El film de Capra también remonta, en el tour de forcé final, la tragedia. Contra toda lógica naturalista, el protagonista y su mundo, a último momento y caballería mediante, es rescatado de la muerte y el desastre. La vida, en tanto esperanza, triunfa.


Como sucede con el happy ending brechtiano, todos sabemos que el final feliz es forzado, pero no importa, porque de lo que se trata no es de la realísima realidad de las estadísticas, sino de una idea.


En la existencia hay que apostar y no hay apuesta que valga la pena si no se juega a favor de la realización, el amor y la felicidad. Me cuesta escribir estas últimas palabras, pertenezco a una generación medularmente desencantada, para la cual la melcocha sentimental es algo a evitar como al mal gusto. Sin embargo, mis lacrimales ignoran el ejército de realismo pesimista que lucha por imponerse en mi cerebro. Visceralmente es que comprendo cómo la apuesta resulta imprescindible.


Es posible que el protagonista de Edén no se trague del todo el propio final feliz que espera de su vida con las migajas que Irina vaya a tirarle, pero no tiene mejor opción que apostar a la felicidad posible. El Edén recobrado no es el Edén perdido, claro está, pero igualmente ilumina el presente y como espacio nuevo se abre a lo desconocido, a la posibilidad.-


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