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Ana Grynbaum - El vestuario de las sirenas

Primeras impresiones del vestuario del club, siendo adulta:


Si a duras penas acepto que el pinzamiento en mi segunda lumbar llegó para quedarse, todavía más difícil es hacerme a la idea de integrar, para la clase de gimnasia en el agua, un grupo en el que predominan las ancianas. No es correcto, lo sé, me arrepentiría y pediría perdón, pero ¡nadie maneja su imagen narcisista!


Procurando mitigar la herida he apelado al humor irónico y me acostumbré a nombrar la clase de hidrogimnasia como “escuela de sirenas”. Por extensión, el vestuario femenino devino “el vestuario de las sirenas”, aunque allí convergen también féminas de edades diversas que realizan en el club diferentes actividades.


Odiseo y las sirenas, mosaico romano del siglo II, detalle


Pero la gran “incorrección” fue toparme con la evidencia de que la cosa femenina existe realmente, a pesar de todos los discursos contra la dicotomía macho-hembra -a los que no dejo de adherir-. Por mayor consciencia que se tenga de la preeminencia de la cultura sobre la biología, la realidad del vestuario de mujeres enseña, a los bifes, que la femineidad no sólo está viva sino que además conserva sus baluartes intactos.


Debo reconocer que, en la profunda impresión que todavía me causa el vestuario de las sirenas, tiene su cuota parte mi reciente investigación sobre la representación de harenes y baños turcos en el arte. De hecho, mi primer entrada en el vestuario permitió que llegara a comprender realmente aquella escena de Lady Montagu en el baño de mujeres, en la que ella se rehúsa a desnudarse delante de las otras, aunque sea la única que permanece vestida. En casi cuatro meses de ir al club no me he desnudado delante de las otras sirenas ni una sola vez. Y no por pudor sino por pavor.

Ilustración de la edición de 1790 de las cartas

de Lady Montagu por Daniel Chodowiecki


Es claro que lo que estoy exponiendo son fantasías, exageraciones grotescas y cómicas. Pero lo cierto es que nunca sé cuánto tiempo voy a permanecer en el vestuario, porque doy las vueltas que tenga que dar hasta encontrar libre alguno de los apartados con cortinita. Desnudarse ante el hombre con el que se va a hacer el amor es una experiencia para la que una cuenta con recursos, pero exponerse a la fría mirada del coro de mujeres que encarnan los peores aspectos del propio superyó… es otro cantar. ¡Sálveme Dios de enfrentar al pelotón de fusilamiento sin el mínimo taparrabo! (El pelotón de fusilamiento está compuesto por una horda de mujeres que son como la multiplicación de mí misma enfurecida.)


Ahora bien, a la vista salta que la mayoría de mis congéneres no comparte mis escrúpulos en lo más mínimo, antes bien todo lo contrario. Muchas de ellas acostumbran pasearse completamente desnudas por el vestuario al tiempo que conversan, toman la merienda, revisan el celular, etc. etc. Mujeres de todo tipo y complexión, de muy variadas dimensiones y estado de las partes de su cuerpo y de muy heterogéneo grado de firmeza en sus tejidos. Al respecto, la imagen más pintoresca me la brindó una señora que estuvo largamente parada ante uno de los espejos secándose el pelo y charlando, entretenida e hilarante, desnuda de la cintura para arriba y exhibiendo un costurón en el medio de un seno que no podía significar nada bueno –a menos que la operación hubiese resultado exitosa-.


El baño turco, Ingres


Por otra parte, debo decir que en el vestuario de las sirenas jamás, ni una sola vez, he presenciado el menor conflicto; allí predomina la armonía de la misma manera que en El baño turco de Ingres. Todas y cada una de nosotras tiene siempre una sonrisa para las demás, especialmente en aquellas situaciones que, en la vida exterior, podrían fácilmente devenir violentas. La aceptación y la paciencia constituyen la regla, no dicha, que todas sabemos cumplir. ¡Por algo las sirenas añosas han llegado a la edad que tienen! Ellas saben muy bien gozar de su triunfo sobre el aburrimiento ante el televisor y el sometimiento a los nietos que, al menos en el horario del club, se ahorran.


¡Y cómo expresar mejor la alegría que mediante la voz! En su origen las sirenas eran mujeres-pájaro, de canto irresistible. Será por eso que estas sirenas no dejan de ejercitar sus cuerdas vocales ni dentro de la piscina en plena clase, mucho menos en el vestuario cuando “nadie las ve”. Un flujo conversacional permanente, en el que se recortan aleatoriamente algunos sintagmas, puebla el vestuario. Los temas abarcan un amplio espectro, dentro del cual los viajes y los hijos ocupan los primeros puestos –un poco por debajo les siguen los caprichos y las tonterías de los maridos-, según dicta el estereotipo. Por lo demás, no dejan de tomar como “interlocutoras” ni siquiera a sus congéneres más esquivas, esas que –como yo- se asombran de que cualquier nimiedad sea pasible de comentario y de la cantidad de datos que una sirena puede transmitir cuando desea informar sobre un particular. Es que las sirenas son intensas, tan intensas como su canto; y tanto más intensas cuántos más años llevan de vida. Para expresar esos grados de intensidad la cantidad de palabras nunca parece suficiente.


Odiseo y las sirenas, tan completo como se lo conserva.


No lo podré comprobar, pero sospecho que los hombres no ocupan tanto lugar en los bancos de su vestuario. Es claro que el vestuario de damas no está pensado para largas estadías. El espacio resulta de por sí escaso, más de diez lockers delante de un solo banco de madera que albergaría, con buena voluntad, la cola de cuatro uruguayas promedio. Pero la capacidad del banco se reduce considerablemente cuando, como no es inhabitual, una sola sirena extiende sobre él, además de su cola de pez, el canasto, el bolso, alguna bolsita de nylon con objetos mojados, la botellita del agua, el celular, algún tupper con víveres, la crema hidratante y demás implementos, obligando a las señoras en busca de un punto de apoyo para calzarse los zapatos a una espera más o menos larga –según las reservas de paciencia disponibles-. Lo positivo es que la convivencia con las sirenas “ayuda” a desarrollar la tolerancia en niveles insospechados.


Iba a contar las veces que me pidieron que les abrochara el sutien, pero, puesto que evoqué a Lady Montagu, cerraré este texto con un párrafo de sus cartas, a través del cual podrá apreciarse la semejanza entre el vestuario de las sirenas del club y el baño de las mujeres turcas. Lady Montagu, que supo apreciar la belleza de la intensidad femenina, disfrutaría de la desnudez de las sirenas mucho más que yo, clasemediera urgida siempre por volver a sus pequeños trabajos y manías. Montagu, en cambio, era una aristócrata que no escatimaba el tiempo y no se ahorraba los placeres. ¿Qué diría de la compañía de estas sirenas uruguayas quien elaboró la descripción canónica del baño turco? Ella que alcanzó el deleite supremo al “ver a tantas bellas mujeres desnudas, en diferentes posturas, algunas conversando, algunas trabajando, otras bebiendo café o sorbiendo un refresco, y muchas negligentemente recostadas en sus almohadones, mientras sus esclavas (generalmente hermosas chicas de diecisiete o dieciocho años) se ocupaban en trenzarles el pelo de varias ingeniosas maneras. En pocas palabras, esta es la cafetería de las mujeres, donde todas las novedades de la ciudad son contadas, los escándalos inventados, etc. Generalmente se permiten esta diversión una vez a la semana y se quedan ahí cuatro o cinco horas, sin resfriarse al pasar inmediatamente del baño caliente al fresco de las habitaciones, lo cual me resultó muy sorprendente.”


(8/2017)



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