Texto leído en la velada sobre Felisberto Hernández de “Las noches del Cataléptico Fakir”, Montevideo, 29 de agosto de 2024.
Lo que les voy a leer gira en torno al relato “Menos Julia”, de Felisberto Hernández, publicado por primera vez en la Revista Sur (Buenos Aires,1946), e incluido luego en el libro Nadie encendía las lámparas (Sudamericana, Buenos Aires,1947).
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La acción comienza cuando el narrador reencuentra a un amigo de la infancia, quien ahora es dueño de un bazar. Un “bazar”… Los lectores de Felisberto de inmediato imaginamos ese imperio de los objetos como una gran juguetería para adultos, un paraíso lleno de todas las maravillas posibles, materia cargada de sugestión, cosas anhelantes de ser adoptadas para comenzar una nueva vida fuera del escaparate...
Respecto del amigo cuenta el narrador: “vivía solo; pero en el bazar lo rodeaban cuatro muchachas (empleadas) que se acercaban a él como a un padre. (¡…!) La que venía del fondo traía un vaso de agua y una píldora para mi amigo.” El amigo dice: “-Ellas son muy buenas conmigo y me disculpan mis… (p. 219).” La cita termina en puntos suspensivos, que el narrador llena con la palabra “rarezas”. Las muchachas le disculparían al amigo sus rarezas. El narrador está dispuesto a recomendarle un médico, pero el amigo lo ataja: “-Yo quiero a mi… enfermedad más que a la vida. A veces pienso que me voy a curar y me viene una desesperación mortal (p. 220).”
Sabemos que “vivir no es necesario, (pero) navegar es necesario”. Y sabemos que ese era el lema de Marcha, publicación donde todo escritor quería aparecer, y donde Felisberto apareció, aunque bastante menos y peor considerado de lo que hubiera querido -y merecía-.
También sabemos que Felisberto tenía un profundo interés por la psicopatología. Durante años presenció los ateneos clínicos que su amigo el psiquiatra Alfredo de Cáceres desarrollaba en el Hospital Vilardebó. E incluso algunas veces acompañó al doctor a visitar pacientes. (Su cuento “El balcón” estaría inspirado en una de esas visitas).
La declaración “Yo quiero a mi enfermedad más que a la vida” llama a una interpretación psicoanalítica a los gritos. En primer lugar, para poner a la supuesta enfermedad entre comillas y sospechar que ha de tratarse más bien de una peculiaridad, gusto o vicio, algo que tira con más fuerza que la propia vida.
Juguemos a escuchar el llamado del autor. En la enseñanza de Lacan, el sujeto se constituye en relación con su objeto y aquello que los vincula es el deseo. Esto, por supuesto, no es en absoluto simple. Pero sigamos en el relato de “Menos Julia” lo que pasa con los objetos y los sujetos que se enredan en ellos. Sobre todo, atendamos a esa pasión que vale más que la vida.
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Un sábado, luego de cerrado el bazar, el amigo se decide a revelar su mal al narrador. Toman un ómnibus que sale de la ciudad rumbo a una quinta, propiedad del amigo. Los acompañan las cuatro muchachas y un empleado, de nombre Alejandro.
Durante el viaje, el amigo adelanta que el misterio de sus rarezas se develará, recién por la noche, dentro de un túnel ubicado en la quinta, donde entrarán a pie. Antes de titular este relato como “Menos Julia”, Felisberto lo llamaba “El túnel”. Cito las palabras del amigo: “Las muchachas estarán esperándonos dentro, hincadas en reclinatorios a lo largo de la pared de la izquierda (...) A la derecha habrá objetos sobre un largo y viejo mostrador. Yo tocaré los objetos y trataré de adivinarlos. También tocaré las caras de las muchachas y pensaré que no las conozco… (p. 220)”.
Una vez en la propiedad, el amigo muestra el túnel desde afuera; este consiste en una larga cochera cerrada. Como un animal, comienza en una boca y termina en una cola. En cuanto al tiempo para recorrerlo, el amigo declara: “En una hora ya el túnel nos ha digerido a todos. (p. 222)” Ingresar en el cuerpo del túnel resulta una experiencia asimilable a la de Jonás o a la de Pinocho en el vientre de un gran animal marino…
El túnel, artefacto contenedor, es un espacio oscuro y silencioso, cuyo vacío posibilita la circulación del amigo -y ahora también del narrador- entre objetos para tocar, colocados por Alejandro de una manera particular. Las caras de las muchachas funcionan también como objetos, aunque de otro tipo, dada su ubicación.
El juego del túnel es una especie de Tren Fantasma, aunque sin el objetivo de asustar. También se parece a una clase de bellas artes, donde se suspende alguno de los cinco sentidos para desarrollar los restantes. Asimismo, esto se da en ciertas prácticas eróticas que recurren a vendar los ojos, por ejemplo. Dentro del túnel, al quitarle a la vista su hegemonía, se promueve la exacerbación del tacto y el oído.
Por otra parte, dado que el túnel tiene la propiedad de digerir, todos los sujetos que se adentran en él, de alguna manera, funcionan como objetos; alimentos del túnel.
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Antes de entrar al túnel por primera vez, el amigo prescribe al narrador: “-Por ahora tú no tocarás las caras de las muchachas: ellas te conocen poco. Tocarás nada más que lo que esté a tu derecha y sobre el mostrador. (Es decir, las cosas materiales. P. 224)”
Respecto del recorrido, voy a leer algunos fragmentos de lo que expresa el narrador: “Yo me inicié poniendo las manos sobre una pequeña caja cuadrada de la que sobresalía una superficie curva. No sabía si aquella materia era muy dura; pero no me atrevía a hincarle la uña. Tenía una canaleta suave, una parte un poco áspera y cerca de uno de los bordes de la caja había lunares… o granitos. Yo tuve una mala impresión y saqué las manos. (…) -Pensé en los granitos que cuando era niño veía en el lomo de unos sapos muy grandes (comenta a su amigo, luego se enterará de que se trataba de una cáscara de zapallo). (…) Después me encontré con un montón de algo como harina. Metí las manos con gusto. (…) –Me gustaría que hubiera playas de harina… (…) Después encontré una jaula que tenía forma de pagoda. La sacudí para ver si tenía algún pájaro (p. 224)”.
El narrador reconoce también: “unos zapatitos de niño, un tomate, unos impertinentes, una media de mujer (no aclara si marca ilusión), una máquina de escribir, un huevo de gallina, una horquilla de primus, una vejiga inflada (¿…!), un libro abierto, un par de esposas y una caja de botines conteniendo un pollo pelado (p.225).”
Aplicaría aquí la frase de Lautréamont, archi-citada como precursora del surrealismo: “bello como el encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”. Las vanguardias de principios del Siglo XX debieron influir en Felisberto, especialmente, a través del círculo de Torres García, que este frecuentaba. Con el espíritu de esas vanguardias se conjuga su gusto por lo lúdico y el humor disparatado. Pero evitemos que el adjetivo "surrealista", tan abusado que ya casi no significa, nos aleje de los sentidos a que invita el texto.
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Vuelvo al relato, el narrador comenta: “Lamenté que Alejandro hubiera colocado el pollo como último número, pues fue muy desagradable la sensación al tantear su cuero frío y granulado (p.225).” Ese mismo pollo estará esperándolos en la cena y luego reaparecerá ante el narrador en sueños.
Más allá de la sensación del momento, tocar los objetos en la oscuridad produce asociaciones impensadas, a posteriori. Tras la cena, recostado cada uno de los amigos en un diván que deja fuera de la vista al otro (¿…!), el amigo dice: “Cuando estoy allí (en el túnel), siento que me rozan ideas que van a otra parte. (…) Yo he vivido cerca de otras personas y me he guardado en la memoria recuerdos que no me pertenecen (p. 226).” Cuando el narrador queda solo piensa que “el gran objeto del túnel” es su amigo.
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El sábado siguiente regresan a la quinta. Algunos de las cosas que en esta oportunidad el narrador toca son: cáscara de zapallo, material arenoso -que más tarde se revela como la escultura de un león derruida-, un vidrio -o espejo- con soporte y un par de guantes.
Respecto de los guantes el narrador expresa: “Me quedé pensando en el significado que eso tenía para las manos y en que se trata de una sorpresa para ellas y no para mí. Mientras tocaba un vidrio se me ocurrió que las manos querían probarse los guantes”. En medio de tales reflexiones declara: “me empezó a crecer otra sospecha. Mi amigo estaba demasiado adelantado en aquel mundo de las manos. Tal vez él les habría hecho desarrollar inclinaciones que le permitieran vivir una vida demasiado independiente (p. 228).” ¿Acaso demasiado independiente de la moral y las buenas costumbres…?
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Dentro del túnel, de pronto, se escucha una discusión entre el amigo y Julia, una de las muchachas. El amigo no había reconocido la voz de ella, era con la cara de Julia con lo que él se relacionaba. El amigo reprocha a Julia haber traído unas flores y le recuerda su exigencia de que las muchachas no lleven nada en las manos. Luego, alguien roza el saco del narrador; el amigo le sugiere que es una alucinación, pero finalmente se revela que el narrador fue, efectivamente, tocado por una de las muchachas. En esa oscuridad la distinción entre los sujetos y los objetos se desdibuja. Dicha confusión permite otro estado de cosas.
Más tarde en la noche el amigo comenta respecto del pasaje por el túnel: “Hoy tuve mucho placer. Confundía los objetos, pensaba en otros distintos y tenía recuerdos inesperados. Apenas empecé a mover el cuerpo en la oscuridad me pareció que iba a tropezar con algo raro, que mi cuerpo empezaría a vivir de otra manera y que mi cabeza estaba a punto de comprender algo importante. Y de pronto, cuando había dejado un objeto y mi cuerpo se dio vuelta para ir a tocar una cara, descubrí quién me había estafado en un negocio (pp. 229 - 230)”. Esa misma noche el narrador sueña con guantes, se entiende que inspirado por los que tocó en el túnel.
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El sábado siguiente el ritual vuelve a desarrollarse. Entonces se percibe a un perro, que concita risas. El amigo se enoja y los expulsa a todos, menos a Julia –de aquí sale el título del relato-, pero el narrador permanece escondido y escucha un diálogo entre ellos. Pregunta Julia: “-¿Usted recuerda otras caras cuando toca la mía? (p.231)”. El amigo responde afirmativamente y evoca a una mujer vienesa que conoció en París.
En medio de la conversación Julia expresa: “-No crea que eso me preocupa, pero… me ha dejado la cara ardiendo” (p. 232). Cuando la pareja sale del túnel, para no quedar encerrado, el narrador se delata y, al descubrir el engaño, su amigo lo echa.
Pero pocos días después el amigo va a la casa del narrador a pedirle disculpas. En esa ocasión le revela el final de su historia con Julia: “-Hoy fue al bazar el padre de Julia: no quiere que le toque más la cara a la hija; pero me insinuó que él no me diría nada si hubiera compromiso. Yo miré a Julia y en ese momento ella tenía los ojos bajos y se estaba raspando el barniz de una uña. Entonces me di cuenta que la quería. (p. 232)”
El narrador pregunta al amigo si no puede casarse con Julia. Este le responde: “-No. Ella no quiere que toque más caras en el túnel.” Para consolarlo, el narrador le pone la mano en el hombro y, sin querer, le toca el pelo: “Entonces pensé que había rozado un objeto del túnel (p. 232)”. Digamos que lo confirma, pues ya había tenido esa idea. Ahí termina la historia.
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En Bar Verde, con Laura de la Rosa Nicola, María del Carmen González y Fabián Muniz.
Tocar las caras de las muchachas es privilegio del dueño del dispositivo. Ahora bien, ¿qué forma de tocar es esa que deja la cara ardiendo? Tocar es un término bastante general respecto del uso de las manos. Acaso en este contexto funcione como eufemismo y sería más honesto decir: manosear, sobar, magrear. ¿Pellizcar? ¿Cachetear? No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que la práctica en cuestión no es suave, aunque tampoco tiene consecuencias graves. Parece claro que se trata de aplicar las manos con fruición, un comportamiento compulsivo que da cuenta de su carácter erótico.
Dicha práctica incluye tratar una parte del cuerpo humano como una cosa y, si la censura no ha desfigurado excesivamente el relato, implica también que el centro de placer radique en las manos de quien toca.
Cabe no descartar alguna otra acción. Las caras de las muchachas hincadas sobre los reclinatorios quedan a la altura de la cintura del patrón. Por otra parte, ellas llevan en la cabeza un paño cuya función no se aclara. Además, su patrón procura pensar que no las conoce… ¿Para qué? ¿Acaso para tomarse, sin escrúpulos, las libertades que el libreto de su deseo le dicta? Cuando discute con Julia le reprocha llevar las manos ocupadas, ignoramos para qué las necesitaría... En todo caso, la cuestión de qué es lo que concretamente sucede entre el patrón y las empleadas dentro del túnel, resulta elíptica por demás.
Dado el contexto de recepción de la obra de Felisberto, cabe sospechar algún nivel de auto-censura en el tratamiento del erotismo en este texto. En 1948, un año después de publicado el libro que incluye esta narración, Washington Lockhart rehusó publicar en la revista Asir el cuento de Hernández llamado “El árbol de mamá”, debido a su tratamiento directo de lo sexual. Dicho relato se publicó recién en forma póstuma y eso que ni siquiera incluía prácticas sospechosas.
Cabe agregar que “Menos Julia” se enfrentó desde el vamos a la corrección de la lengua. La edición de la Revista Sur cuenta con casi doscientas modificaciones, en su mayoría, absurdas y prepotentes, como el famoso cambio de “pastito” por “césped”. El combate a la expresión del erotismo y al lenguaje coloquial, a decir las cosas en los términos que las personas emplean en su vida cotidiana, suelen ir de la mano. No sería raro que la acción de “Menos Julia” esté más desfigurada de lo que su autor hubiera querido.
También parece adoptar una forma lúdica, de señalar y ocultar a la vez, como hace Buñuel en Belle de Jour, cuando en el burdel, el cliente chino abre la cajita de música que inquieta a las prostitutas y cuyo contenido se escamotea al espectador, obligándolo así a imaginar, a partir del rostro de las mujeres y el zumbido bizarro de la cajita, lo más perverso que se le ocurra.
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Años atrás, acuñé el término “erotopía” para denominar el lugar donde el sujeto y el objeto del deseo se encuentran. En tal sentido, el paseo por el túnel constituye una erotopía, presenta una base real que habilita las fantasías y su realización provee de cierto placer.
Es posible pensar en el túnel como espacio erotópico, pero tomando en cuenta que, si de ordinario la distinción entre sujeto y objeto es problemática, en Felisberto, resulta imposible. Su escritura se establece como una coreografía entre objetos personificados y sujetos cosificados, en la que los límites se esfuerzan por desaparecer y lo consiguen.
La clásica dicotomía sujeto/objeto es desestabilizada. No se trata ya de un sujeto entero, activo, sensible e inteligente, en posición de dominio sobre el objeto, siendo el objeto su opuesto. El erotismo en juego no es el de una persona con otra, sino el de unas manos con unas caras, acerca de lo cual apenas se habla.
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Parece claro que la negativa del amigo al matrimonio con Julia responde a que ella se le ofrece como esposa a condición de que él renuncie al placer que encuentra también en otras. Tal renuncia le resulta imposible, pues lo que a él le gusta es tocar diversas caras.
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Es razonable que el juego del túnel produzca al menos una parte de su adrenalina mediante la transgresión de la antigua prohibición de tocar, que todos enfrentamos durante la infancia e internalizamos para el resto de la vida. Dentro de dicha prohibición las partes del cuerpo, y especialmente las partes del cuerpo ajeno, caen bajo un tabú.
También se puede sospechar la realización de prácticas sexuales que ni siquiera osan ser aludidas, como señalamos; queda a gusto del consumidor. En cualquier caso, lo que está en juego es una erótica de cosas y partes de cosas que no conforman un todo, ni sirven para el control social.
Siguiendo en el texto de Felisberto su poesía de la materia –señalada, entre otros, por Rama- podemos preguntarnos por el peso que han tenido para nosotros las diferentes cosas con que nos hemos relacionado a lo largo de nuestra historia, y repasar cuán a menudo pueden ellas ocupar un lugar próximo al de las personas, suplantarlas y hasta confundirse -incluyendo o excluyendo nuestras preferencias sexuales-.
Incluso es posible que no formulemos ninguna pregunta y optemos por entregarnos a disfrutar de los lazos que Felisberto traza entre sus personajes metamórficos, criaturas en perpetua oscilación entre lo humano y lo no humano, que conquistan su libertad palpitante en ese juego de ser y no ser, al mismo tiempo, tantas cosas opacas.-
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Las citas de "Menos Julia" están tomadas de Felisberto Hernández, Narrativa reunida, Alfaguara, Montevideo, 2015.
PARTE DE LA BIBLIOGRAFÍA, DISPONIBLE EN INTERNET: