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Ana Grynbaum – Deseo de los ancianos

La operación principal de la novela Los días felices, Ercole Lissardi (2015), consiste en subvertir la ironía que conlleva la expresión del título, la misma ironía que inspiró la obra Los días felices de Beckett. Ello implica subvertir también la creencia común de que a una jovencita no puede atraerla un viejo, ni puede tener con él un vínculo erótico extraordinario.



Susana es una estudiante universitaria que vive con sus padres en Malvín, uno de los barrios montevideanos de la clase media. Un día por casualidad descubre la fuente de sus aguas eróticas en el hall de la Asociación Cristiana de Jóvenes, en el Centro de Montevideo. Allí hay una zona con mesitas y sillones donde muchas personas de edad “pasan el tiempo”, jugando, conversando, leyendo.


Observando a los ancianos Susana descubre el fetiche que comienza a iluminar el camino de su deseo: tener sexo con viejos, y también encuentra a sus dos primeros amores: el Príncipe (Umberto) y el Coronel. La Susana bíblica es “mejorada”, ahora ella es la que quiere con los ancianos, o “gerontes”. Con ellos Susana vivirá sus días felices, felices de verdad.


Erótica de hadas

Los días felices es una novela de iniciación a un tipo particular de relaciones eróticas: aquellas entre jovencitas y viejos. Este género se hibrida con otro, el de los cuentos de hadas, en el cual su autor ha declarado inscribirse. Y resulta un cuento de hadas de iniciación erótica, a salvo de cualquier realismo naturalista.


Viagra mediante con seguridad, el órgano sexual de los -promediemos- septuagenarios funciona como si les hubieran implantado una prótesis joven e incluso superdotada. El acto sexual constituye una hazaña digna de héroes. Por otra parte, Susana es una chiquilina demasiado segura de sí y de lo bien que está darle a su libido lo que esta le pide. Lejos de las consabidas tribulaciones adolescentes, se auto define en las antítesis del patetismo. Y en tal sentido hace gala de una lucidez fantástica.


Tanto la narradora como la novela son esencialmente antipatéticas. Imbuidas de un romanticismo optimista navegan bajo la consigna de que no importando cuántos días queden para la felicidad, hay que vivirlos. Puesto que la felicidad para Susana consiste en el sexo con viejos y puesto que ha encontrado a sus primeros especímenes, a ellos se aboca. Sin dudas ni culpa. En ningún momento aburre al lector con disquisiciones del tipo por qué yo / por qué a mí, en cambio emprende la cacería con éxito rotundo.


Susana y los ancianos por Artemisia Gentileschi


La vejez en la literatura uruguaya

Los días felices es también un cuento de hadas filosófico y nada solitario en cuanto al tema. Su reflexión acerca de la vejez dialoga con dos obras de la literatura uruguaya (sobre las que escribí anteriormente): Bienvenido, Bob, de Onetti y La mujer desnuda, de Somers. Lissardi se opone diametralmente al pesimismo existencialista uruguayo, al que ambas obras adhieren de diferente manera.


Antes de iniciar su aventura ancianil Susana piensa: “(…) con el pasar de los años una se va encuadrando, va aceptando ser como se debe ser, se va metiendo por los corrales como las vacas en el matadero, hasta que la mera posibilidad de aceptar lo insólito se vuelve completamente ilusoria, digna de risa o de lástima”. Esto lo pudo haber dicho un personaje de Onetti o de Somers, pero Lissardi no deja las cosas en el lamento.


Después de que Susana y el Príncipe dialogan acerca del deseo entre viejos y jovencitas Susana piensa: “Había sido difícil para él. Tener que bajarse así, de pronto, y terminantemente, de una posición, la de señor mayor, la de viejo, con la que podría eventualmente protegerse de la demencia de tener algo con una chiquilina evidentemente rezarpada”. Pero el Príncipe hace honor a su rango: “En la mirada desgastada de sus ojos cercados de arrugas vi un súbito brillo, un brillo de urgencia, de vida, de desesperación. Era bello a mis ojos.” El Príncipe no asume la posición de viejo, de no vivir, de muerte, sino que va a encarar la vitalidad que le ofrece la relación con Susana.


El deseo de geronte

En relación con el Coronel aparece lo que se denomina el “deseo de geronte”. Susana: “Iba a coger con el Coronel porque sí, porque quería que vaciara sobre mí su deseo de geronte, su deseo denso y pesado, eco de pura acumulación de vida cuartelera, de esperanzas corroídas por toda una vida de rutinas, de vilezas y de desengaños, de triunfos mediocres, y de excesos y de viajes y de mujeres bien y mal cogidas, quería que vaciara sobre mí como una apoteosis final todo el sancocho de vida que había venido amasando a lo largo y a lo ancho de sus setenta y un años. Porque eso, precisamente, esa descarga –en ese momento lo comprendí, en realidad sin comprenderlo- era lo que quería al coger con los gerontes”. El deseo de Susana es recibir el caudal de quien ha vivido, contenga este lo que sea. Una historia hecha energía en el momento final, como si ese final fuera la síntesis de una existencia.


Después de coger con el Coronel Susana: “Experimentaba algo que, o era la felicidad, o se le parecía mucho. Una felicidad límpida, despejada, sin nubes, pletórica, energética. Esta felicidad, me dije, segura y orgullosa, es la consecuencia de haber sabido ceder a mi deseo de coger con viejos.” A diferencia de Rebeca Linke, protagonista de La mujer desnuda, Susana no se realiza en el plano de la tragedia, sino todo lo contrario. El Coronel le enseña: “No existen los viejos, querida. Son solo jóvenes arruinados”. La negación de la muerte llega en estas palabas a un ápice, el código fantástico habilita su éxito. La muerte no existe si el amor la ignora, antiguo tópico siempre vigente.


Imaginando el futuro con sus dos gerontes Susana afirma: “Se cuánto poder tengo sobre ellos. Los he devuelto a la vida.” Menuda afirmación. Susana no es una mujer del común pero el personaje no tiene detallados atributos. Ella es la heroína del sexo geronte.


Lo peor de la vejez

“¿Qué es lo peor de la vejez?” le dispara Susana al Príncipe. Él da algunas vueltas hasta responder que el “Arrepentimiento por lo que no hiciste. Es lo peor de la vejez: las cosas que estaban ahí, a la mano, buenas para vos, o buenas para los demás, y que encontraste alguna razón para no hacer.” (…) “La Fábula de Kafka Ante la ley, no es acerca de la ley. Es acerca de la inminencia del final. Es acerca de la vejez. La vejez te enseña con cruel lucidez cuáles puertas eran solo para vos y no te animaste a cruzarlas.”


El antídoto que la pareja encuentra contra la vejez es entregarse a su pasión ciegamente, confiando en que la pasión responda sus propias preguntas. Luego de que el Príncipe la azote en medio de un juego erótico, Susana reflexiona: “más allá de sus misterios, también me azotaba porque soy tan joven, porque voy a seguir estando cuando él no esté, porque –nos guste o no- tendré que olvidarlo. O sea: porque me amaba demasiado y, por amarme así, había incurrido en amar la vida. También por eso me azotaba, y también por eso –más allá de mis misterios, que florecieron por primera vez, bajo sus caricias de fuego- yo aceptaba y gozaba su castigo”.


En lo antes citado resuena el Bob insoportablemente joven de Onetti, ese odio ambiguo desde donde el narrador dialoga internamente con Roberto. Solo que en Los días felices se trata de una figura de la decadencia que mediante cierto acto mágico –erótico- epifánicamente logra encontrarse con su partner en el ámbito del placer, lo bueno que de la vida se puede tomar. El pesimismo típicamente onettiano no ha prendido. Por el contrario, En Los días felices Lissardi cuida muy bien que su fábula erótica se mantenga incólume en el terreno de la esperanza.-


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